Los tatuajes se han convertido en una forma de expresión cada vez más común y, para muchos, en un sello personal que acompaña toda la vida. Sin embargo, ese vínculo emocional y estético no siempre va de la mano con la información necesaria sobre lo que implica introducir pigmentos en la piel, porque los tatuajes no se quedan únicamente en esa capa visible donde creemos que viven para siempre, sino que desencadenan procesos internos que rara vez salen a conversación pública. Ahora, un estudio de gran alcance vuelve a poner el foco en aquello que no vemos y que podría influir directamente en la salud.
De hecho, los tatuajes están en el centro de una investigación de la Universidad de la Suiza Italiana que alerta de un impacto silencioso pero significativo en el sistema inmunitario. El trabajo, publicado en la revista ‘Proceedings of the National Academy of Sciences’, señala que los pigmentos viajan mucho más lejos de lo que imaginamos y que ese recorrido no es inocuo. Detrás de cada trazo puede haber una reacción dentro del organismo que se prolonga durante años y que, según los expertos, merece un debate informado sobre la seguridad a largo plazo.
2Los tatuajes pueden llevar a un sistema inmunitario bajo presión
Ese proceso inflamatorio prolongado no se queda solo en una descripción clínica, porque los científicos observaron que podría aumentar la susceptibilidad a infecciones y algunos tipos de cáncer. La tinta que permanece en los ganglios linfáticos no es un mero residuo, sino un elemento persistente que altera cómo responde el cuerpo ante amenazas reales, debilitando ese mecanismo que debería protegernos. El estudio subraya que esta situación puede mantenerse durante años sin que la persona tenga síntomas visibles, lo que vuelve aún más relevante entender qué ocurre bajo la piel.
Los investigadores concluyen que la incapacidad del sistema inmunitario para gestionar la tinta crea un desgaste constante que no debe subestimarse. Aunque no significa que todas las personas con los tatuajes desarrollen problemas, sí plantea preguntas importantes sobre los riesgos acumulados con el tiempo. Por ello, los autores recomiendan más supervisión, más estándares de seguridad y más investigación que permita distinguir qué tintas son más seguras y cuáles deberían ser reconsideradas.






