Hay algo que une al recién estrenado vicepresidente segundo del Gobierno de España, Pablo Iglesias, y al vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado. Ambos dirigentes se caracterizaron por su férrea y reivindicativa postura contra aquello que consideraban reprochable como integrantes de la oposición. Los dos protagonizaron varias peticiones de dimisiones, sin importar el color, y se convirtieron en el azote del Gobierno de turno. Sin embargo, este ímpetu ha cambiado una vez que han tocado el poder.
A Iglesias parece que le ha comido la lengua el gato. El secretario general de Podemos ha centrado su objetivo, desde que llegara a la política hace seis años, en ser el salvador de los más desfavorecidos, luchando contra la corrupción. Adoptando este papel, el vicepresidente pidió la dimisión de numerosos dirigentes políticos, desde presidentes, como Mariano Rajoy o Cristina Cifuentes a la renuncia de líderes como Pablo Casado.
Y no solo lo hizo con integrantes de partidos de derecha. Iglesias presentó una dura oposición contra el grupo socialista, del que ahora es aliado. El líder morado pidió con fervor la dimisión de Dolores Delgado como ministra de Justicia, después de conocerse su estrecha relación con Villarejo. También fue muy crítico con el presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas, José Félix Tezanos, a quien le pidió nuevamente que dejara su cargo. No obstante, esto ha cambiado.
IGLESIAS Y SUS CONTRADICCIONES
Esta figura beligerante ya es cosa del pasado. Ahora Iglesias luce más relajado desde su asiento en La Moncloa y ha cambiado drásticamente su foco de actuación. Ya no quiere pedir dimisiones que puedan chocar con su nuevo socio de Gobierno. Las decisiones del PSOE, de repente, le parecen las acertadas. Es por ello que ha pasado de pedir que Delgado se aleje de la política a destacar su papel como Fiscal General del Estado.
Iglesias reaccionó con firmeza pidiendo la dimisión de Delgado tras conocerse las publicaciones de MONCLOA.COM en las que se escuchaba a la titular de Justicia mantener una distendida comida con Villarejo en el año 2009. En ese encuentro, entre otras cuestiones, criticó a su compañero de bancada Fernando Grande-Marlaska –a quién llamó “maricón”– o llevó a afirmar que prefería un “tribunal de tíos”, frente a uno dirigido por mujeres.
La oposición, entre ellos Unidas Podemos, le plantaron frente al recién estrenado Gobierno de Sánchez para reclamar su retirada. El ahora vicepresidente segundo se pronunció en esos términos en 2018, «alguien que se reúne de manera afable con un personaje de la basura, de las cloacas de Interior en nuestro país, debe alejarse de la vida política porque hace daño a la mayoría parlamentaria”.
Un discurso que ha virado 180 grados. Tras conocerse su propuesta como Fiscal General del Estado, el líder morado no opuso resistencia. Le pareció bien. Es más defendió que “merece una oportunidad” porque ha pedido perdón por ello. Lejos quedan esas palabras en las que insistió que “no es aceptable que en este país haya ministros que sean amigos de tipejos como Villarejo». Ahora le parece bien que una amiga del excomisario corrupto sea la jefa de los fiscales.
Algo parecido ha ocurrido con Tezanos. En octubre de 2019, el líder morado pidió la dimisión del presidente del CIS porque este comentó que lo más “sensato” era concentrar el voto en los partidos que tenían más posibilidades de gobernar. Unas declaraciones de Tezanos que a día de hoy se tratan de cosa del pasado, ya que Sánchez ha vuelto a revalidar su presidencia e Iglesias no ha ofrecido ningún tipo de oposición.
AGUADO, MIRANDO A OTRO LADO
De vicepresidente a vicepresidente y tiro porque me toca. El síndrome del silencio que ha presentado Iglesias es el mismo que padece el número dos de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado. El dirigente naranja hizo mucho ruido como miembro de la oposición, mientras que en la actualidad muestra una absoluta sumisión hacia su compañera de Gobierno. Ya no queda ni rastro de ese líder inconformista que no se callaba ante nadie. Ahora prefiere mirar hacia otro lado.
Esta semana Aguado, como responsable de Transparencia de Madrid, fue preguntado si pediría la dimisión de Elsa Martín Olsen , la comisionada de Bien Estar Animal de Ayuso, después de las informaciones que publicó este diario acerca de la polémica que envuelve a su negocio y vivienda y su respuesta fue darle portazo al tema. Aguado echó balones fuera y quitó cualquier responsabilidad de este alto cargo de su Gobierno.
Antaño el vicepresidente de Madrid había destacado por su beligerancia cuando estaba enfrente del Gobierno. Durante sus años como miembro de la oposición, Aguado pidió varias veces la dimisión de algunos de los miembros más destacados del PP, como la de la expresidenta Cristina Cifuentes –incluso presentó esta petición a Mariano Rajoy–, el presidente de la Cámara de Cuentas, Arturo Canalda, tras conocerse su imputación en el caso del Canal de Isabel II y también dio un ultimátum para que cesara su actividad a David Pérez, exalcalde de Alcorcón, por unas declaraciones machistas. Ahora Pérez ya no es alcalde de la ciudad madrileña, porque es consejero del propio Gobierno de Aguado. La de vueltas que da el poder.