El español Gustavo Bombín, obispo de Maintirano, en Madagascar, ha indicado que las iglesias del país han colaborado «desde el primer día» para contener la pandemia del coronavirus COVID-19, cerrando las iglesias, los seminarios, internados y escuelas, y ha destacado que las medidas de control tomadas por el Gobierno han sido «un acierto» pues por el momento hay 128 casos confirmados y ningún fallecido.
Mientras tanto, la diócesis sigue con uno de sus mayores retos, conseguir vocaciones nativas, coincidiendo con la celebración este domingo 3 de mayo de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que en España se celebra junto con la Jornada de las Vocaciones Nativas.
«En estos momentos de la pandemia del covid-19, gracias a Dios, Madagascar no ha conocido, hasta hoy, ningún fallecimiento. El gobierno tomó, desde el primer momento, las medidas de control necesarias (confinamiento relajado, controles sanitarios constantes y cierre de aeropuertos) lo que ha supuesto un acierto en todos los sentidos. Las iglesias han colaborado desde el primer día con el cierre de iglesias, seminarios e internados, escuelas», ha subrayado el obispo a Obras Misionales Pontificias (OMP).
Además, ha destacado «la labor de sensibilización e información» que han realizado desde la Iglesia en Madagascar y ha subrayado que continúan en sus puestos de trabajo, «en las misiones urbanas y rurales, acompañando y animando a la gente, con la presencia y con la oración».
Según explica el obispo, Maintirano es una diocésis reciente, de febrero de 2017, «geográficamente lejos de todo y de difícil acceso, políticamente olvidada sin escrúpulo, económicamente, la región más pobre de Madagascar, eclesialmente diócesis joven, en busca de su identidad y con ganas de trabajar».
El primer desafío serio fue identificar qué era lo más urgente. «A la mañana siguiente ya estaba aclarado, empezar por la iglesia del obispado (aquí viven el obispo, los sacerdotes , las religiosas y los seminaristas.) y continuar con el seminario, oración y vocaciones», señala Gustavo Bombín.
Un año después, el Nuncio bendecía la iglesia del obispado y el terreno para construir el seminario. Los tres primeros seminaristas, que vivían con ellos, deseaban ver acabado cuanto antes la que sería su nueva residencia, según recuerda el obispo. Seis meses después ya se pudieron trasladar al nuevo seminario, tres el primer año, 11 el segundo y 15 el tercero.
Pudieron construir el seminario con la ayuda de casi 46.000 euros enviados a través de la Obra de San Pedro Apostol –una de las cuatro Obras Misionales Pontificias, que se encarga de las vocaciones nativas– y aún están terminando de convertirlo en un hogar, con el mobiliario, con los aljibes para el agua, la cancha de basquet, el gallinero, la huerta y las placas solares.
Actualmente, en la diócesis son 17 sacerdotes, dos de ellos diocesanos y 12 religiosos, además de un diácono. De los dos sacerdotes diocesanos y el diácono, solo uno es originario de la región, el padre Martin. Por ello, la animación vocacional es uno de sus principales retos, para conseguir más vocaciones nativas.
Martin cuenta que nació en la región de Melaky, «zona de pocos habitantes y pocos cristianos y vocaciones sacerdotales y religiosas». Su madre era asidua a la iglesia, su padre menos, y sus hermanos y él apenas acudían. «Yo pasaba mis días con los zebúes –una especie de toro jorobado que se encuentra en Asia y África–, y no fui a la escuela hasta los 13 años, mi vida era el ganado», cuenta.
Ya en la escuela secundaria, un compañero de clase le animó a ir a la iglesia con él y reconoce que al principio no le gustaba. «Nunca se me pasó por la cabeza ser sacerdote hasta que un día vi la estola roja del sacerdote que presidía la eucaristía, ese fue mi primer guiño de ojo por parte de Dios, luego pedí entrar al seminario, qué lío en casa, mis dos hermanos mayores siempre en desacuerdo», recuerda. Si bien, él quiso continuar «con la misión de dar a conocer y testimoniar la buena noticia de Jesucristo».
Ahora, su día a día junto al del obispo y el resto de sacerdotes y religiosos de la diócesis es visitar pueblos y familias, estar en contacto constante con jóvenes, enfermos, presos, necesitados y vulnerables, en general, y «compartir la experiencia de fe en Jesús resucitado con actitud abierta y dialogante con otras iglesias presentes en la región, cristianos y musulmanes, principalmente y con los no creyentes que en realidad son la gran mayoría», tal y como añade el obispo.