La relajación de las medidas es el principal factor de los brotes en invierno

Los brotes invernales de COVID-19 han sido impulsados en gran medida por el incumplimiento de las medidas de control, como el uso de mascarillas y el distanciamiento social, según un estudio publicado en la revista científica ‘Nature Communications’ por investigadores de la Universidad de Princeton (Estados Unidos). En su trabajo, evidenciaron que el clima y la inmunidad de la población desempeñan un papel menor durante la actual fase pandémica del virus.

Estos científicos realizaron simulaciones de un brote de coronavirus en invierno en la ciudad de Nueva York para identificar los factores clave que permitirían la proliferación del virus. Descubrieron que la relajación de las medidas de control en los meses de verano conducía a un brote en invierno, independientemente de los factores climáticos.

«Nuestros resultados implicaban que la relajación de las medidas de control (y probablemente el cansancio en el cumplimiento de las medidas de control) alimentarían los brotes en invierno», explica la primera autora de la investigación, Rachel Baker.

Los investigadores descubrieron que incluso el mantenimiento de medidas de control rígidas durante el verano puede conducir a un brote en invierno si los factores climáticos proporcionan un impulso suficiente a la transmisión viral. «Si los controles del verano mantienen la transmisibilidad del coronavirus a un nivel que apenas mitiga un brote, entonces las condiciones climáticas del invierno pueden llevarlo al límite. No obstante, contar con medidas de control eficaces el verano pasado podría haber limitado los brotes invernales que estamos experimentando«, apunta Baker.

Los casos han aumentado en muchos lugares del hemisferio norte desde noviembre. En España, se cree que los picos de casos de COVID-19 están relacionados con el aumento de los viajes y las reuniones por Navidad. Al mismo tiempo, se observaron grandes brotes en Sudáfrica de noviembre a enero, que son los meses de verano de ese país. «La mayor incidencia del COVID-19 en varios entornos habla realmente del papel limitado del clima en esta etapa», argumenta Baker.

En mayo del año pasado, los mismos autores publicaron un artículo en la revista ‘Science’ en el que sugerían que era poco probable que las variaciones climáticas locales afectaran a la pandemia de coronavirus. El artículo sugería que las esperanzas de que las condiciones más cálidas del verano frenaran la transmisión del nuevo coronavirus, el SARS-CoV-2, en el hemisferio norte eran poco realistas.

Otro de los autores, Gabriel Vecchi, afirma que el virus se propaga actualmente con demasiada rapidez y que las personas son demasiado susceptibles para que el clima sea un factor determinante. «La influencia del clima y la meteorología en las tasas de infección debería hacerse más evidente -y, por tanto, ser una fuente de información potencialmente útil para la predicción de la enfermedad- a medida que la creciente inmunidad haga que la enfermedad pase a fases endémicas desde la actual etapa epidémica», explica.