El cardenal Mario Zenari, nuncio apostólico en Damasco, que ha sido testigo de todas las atrocidades cometidas en diez años de guerra –catalogadas como crímenes contra la humanidad por parte de los dos bandos beligerantes–, ha denunciado que ahora está «viendo morir la esperanza» de la gente.
«Por desgracia no puedo decir que ve la luz al final del túnel. He visto mucha gente fallecer, pero ahora estoy viendo morir la esperanza de la gente. No tienen nada más a lo que agarrarse. Es una situación terrible y de extrema necesidad», ha señalado el cardenal italiano, cuando se conmemoran el inicio de las protestas populares que inicialmente pacíficas y que fueron posteriormente reprimidas con violencia.
Desde el inicio de la guerra en 2011 y hasta diciembre 2020 se calcula que han muerto 387.118 personas, según datos del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (SOHR, por sus siglas en inglés), un grupo de monitoreo con sede en Reino Unido y con una red de fuentes sobre el terreno. Sin embargo, estas cifras no incluyen a las 205.300 personas reportadas como desaparecidas y presumiblemente muertas, incluidos 88.000 civiles que se cree que murieron por tortura en las cárceles administradas por el gobierno, según el SOHR. Asimismo, más de la mitad de los 22 millones de habitantes de Siria antes de la guerra se han visto obligados a huir.
El nuncio en Siria, que lleva 12 años en el país, un periodo que sobrepasa con creces los cinco años que suele estar en un destino los enviados diplomáticos del Papa, ha hecho un balance «muy triste» de una situación que no tiene actualmente visos de terminar.
Además de la guerra, se ha sumado una situación de hambruna: más de la mitad de la población, o sea más de 12 millones de personas, no tienen acceso regular a alimentos suficientes. Solo el año pasado, más de cuatro millones de personas padecieron hambre.
«Los sirios están sufriendo lo indecible. Siria está desgarrada. Hay imágenes que impresionan. Como las largas colas de familias en Damasco para comprar un poco de pan vendido a un precio subvencionado por el Estado, cuando Siria tiene campos enormes de trigo que se extienden por más de 500km cuadrados. O las filas para poner gasolina, cuando Siria tiene pozos petrolíferos», ha lamentado Zenari.
El purpurado ha descrito así un país «muy distinto» al que llegó hace doce años como nuncio apostólico. Así, ha señalado que además del conflicto, los ataques terroristas en Damasco y Raqqa dejaron «enteros barrios destruidos y escenas macabras». «Un verdadero infierno», en sus propias palabras. Y ha agregado: «En Raqqa los viernes cortaban las cabezas de las personas y después las colocaban en palos de hierro y las distribuían por la ciudad. Era difícil recoger los cuerpos de los muertos y poder enterrarlos porque constantemente había francotiradores disparando».
Zenari también se ha referido a los niños que, al volver de la escuela, han caído «heridos por el mortero» y ha precisado que «el rumor de las armas y las bombas ha cesado un poco», pero lo que ha explotado «es la bomba de la pobreza». «Diez años de guerra han dejado una tragedia humana colosal. El 90% de las personas en Siria vive en condiciones de pobreza extrema», ha señalado.
Por ello ha hecho un llamamiento a la solidaridad internacional para «hacer una gran inversión en el país que ahora mismo está completamente destruido. «No hay fábricas ni actividades productivas. Pueblos y barrios enteros han desaparecido, arrasados o están despoblados. El famoso patrimonio arqueológico, que atraía a visitantes de todo el mundo, ha sido dilapidado. El tejido social, el mosaico de convivencia ejemplar entre grupos étnicos y religiosos, se ha visto seriamente dañado. La naturaleza también está sufriendo la contaminación del aire, el agua y el suelo causada por el uso de explosivos y diversos tipos de munición durante diez años», ha asegurado.
«Es un país que ha sido humillado y necesita de la solidaridad internacional para poder volver a ponerse en pie», ha concluido.