Durante años, parecía que el mundo avanzaba en la eliminación del hambre. Sin embargo, a partir de 2014 la tendencia retrocedió lentamente y se invirtió en muchas naciones y ahora, unos 700 millones de personas –casi el 9% de la población mundial– se pasan con hambre, según la ONU. Una nueva investigación, publicada en ‘Nature Food’, ha demostrado que después de años de avances en la seguridad alimentaria, algunas naciones experimentan un fuerte retroceso.
Una de las regiones más afectadas es el África subsahariana. Mucha gente culpa a las sequías alimentadas por el cambio climático, pero el nuevo estudio analiza la cuestión con detalle y ha concluido que dice que no es así, sino que la culpa la tienen las guerras de larga duración y no el clima.
El estudio concluye que, si bien las sequías causan habitualmente inseguridad alimentaria en África, su contribución al hambre se ha mantenido estable o incluso ha disminuido en los últimos años. En cambio, el aumento de la violencia generalizada y de larga duración ha desplazado a la población, ha elevado los precios de los alimentos y ha bloqueado la ayuda alimentaria exterior, lo que ha provocado el cambio de tendencia.
«Cualquiera pensaría que se trata de sequías e inundaciones inducidas por el clima, porque eso es lo que la gente tiende a decir –señala Weston Anderson, que dirigió el estudio como investigador postdoctoral en el Instituto Internacional de Investigación para el Clima y la Sociedad de la Universidad de Columbia, en Estados Unidos–. Pero los académicos no han comparado la importancia de la sequía con la de la violencia en el desencadenamiento de las crisis alimentarias de forma global».
Para llegar a sus conclusiones, analizaron los datos de 2009 a 2018 del Sistema de Alerta Temprana de Hambrunas, una red financiada por USAID que proporciona información a los gobiernos y a las organizaciones de ayuda sobre crisis alimentarias inminentes o en curso en docenas de países. El sistema muestra que el número de personas que necesitan ayuda alimentaria de emergencia en los países supervisados aumentó de 48 millones en 2015 a 113 millones en 2020.
El sistema no está diseñado para cuantificar los diferentes factores que hay detrás de las emergencias. Sin embargo, Anderson y sus colegas han sido capaces de descifrarlos para 14 de los países africanos con mayor inseguridad alimentaria, las naciones que se extienden en una franja que va desde Mauritania, Malí y Nigeria en el oeste, pasando por Sudán, Chad y otras naciones, hasta Etiopía, Kenia y Somalia en el este. El estudio también incluyó varias naciones más al sur, como Mozambique y Zimbabue.
Los investigadores descubrieran que las sequías periódicas y bien documentadas han estado detrás de las crisis alimentarias en amplias zonas, pero los efectos globales de la sequía no aumentaron durante el periodo de estudio; al contrario, disminuyeron en algunas zonas.
Cuando la sequía se produjo, los agricultores se recuperaron normalmente en la siguiente temporada de siembra, en el plazo de un año más o menos. Los ganaderos tardaron el doble de tiempo en recuperarse, porque las zonas en las que viven se vieron con condiciones más extremas, y la gente tardó en reconstruir sus rebaños duramente afectados.
En medio de los habituales altibajos de las lluvias, la violencia ha sido responsable del progresivo aumento del hambre, según el estudio. Los conflictos de larga duración, que van desde repetidos atentados terroristas hasta combates campales entre ejércitos, han provocado una escasez que se prolonga año tras año, sin que se vislumbre el final, dicen los autores.
Este ha sido el caso especialmente en el noreste de Nigeria, donde la guerrilla de Boko Haram ha llevado a cabo una implacable campaña de ataques contra el gobierno y gran parte de la población durante la última década. También en Sudán del Sur o Somalia, donde se ha producido un aumento del hambre inducido por la guerra, pero en esos países, las sequías han sido los factores más dominantes, según el estudio. En la mayoría de los casos, los pastores vuelven a ser los más afectados por la violencia, al igual que por la sequía, porque es más probable que vivan en las zonas más propensas a la violencia.
La última víctima es Etiopía, donde el hambre se ha disparado en todo el país en los últimos años, principalmente debido a unas lluvias inferiores a la media. Pero el año pasado estalló una guerra civil en la región de Tigray, lo que agravó enormemente la miseria. El estudio no examina este nuevo conflicto, pero un reciente informe de la ONU afirma que más de 5 millones de personas de la región necesitan ayuda alimentaria urgente, y que muchas de ellas ya están sufriendo una hambruna total.
Los investigadores analizaron una tercera causa posible del hambre: las langostas. Una vez más, no es sorprendente que las langostas afecten a la seguridad alimentaria en algunos años al dañar el forraje y los cultivos, pero no a una escala lo suficientemente grande como para explicar el aumento del hambre durante el periodo de estudio. El estudio no analizó las olas de langostas inusualmente grandes que barrieron gran parte de África Oriental en 2019-2020, pero estas pueden haber tenido resultados más drásticos.
Otro factor que los investigadores analizaron es si el inicio de la sequía contribuyó a los brotes de violencia y, por lo tanto, a más hambre. Uno de los coautores del informe, el climatólogo Richard Seager, del Observatorio de la Tierra Lamont-Doherty de Columbia, conectó los puntos a este respecto en un estudio de 2015 ampliamente citado en el que se argumentaba que una de las chispas de la actual guerra civil siria era una sequía de varios años que expulsó a mucha gente de sus tierras hacia las ciudades. Este no parece ser el caso de los países africanos, apunta.
«No encontramos ninguna relación sistemática entre la sequía y la frecuencia de los conflictos o las muertes relacionadas con ellos –señalan los autores–. Los conflictos pueden verse afectados por el estrés medioambiental en algunos casos, pero la relación en toda África en las últimas décadas es compleja y depende del contexto».
Aunque la guerra ha sido el motor predominante del hambre en algunos países, eso no significa que otros se hayan librado por completo de la violencia que puede interrumpir el suministro de alimentos, como es el caso de de Malí, que ha sido objeto de ataques intermitentes por parte de insurgentes separatistas e islamistas que a veces han tomado ciudades enteras, o Burkina Faso, testigo de cientos de ataques de rebeldes y yihadistas, incluido un asalto a un pueblo a principios de junio de este año en el que murieron más de 100 personas.
«El mensaje general es que, si queremos predecir y gestionar las crisis alimentarias, tenemos que prestar atención a los conflictos, que pueden ser realmente complicados, y no sólo a las cosas más fáciles de identificar, como la sequía –advierte Anderson–. Las sequías tienen un comienzo y un final claros. Pero hay todo tipo de violencia. Y muchas veces no hay un comienzo o un final claros». Dicho esto, la guerra está ciertamente detrás del aumento del hambre en otras partes del mundo que el equipo no examinó, añade, más obviamente en medio de la guerra civil que hace estragos en Yemen.