La Fundación Padre Arrupe vuelve al Auditorio Nacional de Música de Madrid, este sábado 18 de diciembre, para celebrar su tradicional concierto benéfico de Navidad después de dos años de parón por la pandemia. «La pandemia continúa pero estamos más unidos a las familias», relata a su presidenta Aurora de Rato, sobrina del fundador del proyecto, el Padre Juan Ricardo Salazar-Simpson.
El concierto, «de corte familiar», como ha señalado De Rato, vuelve a estar interpretado por la Orquesta Metropolitana de Madrid y el Coro Talía, bajo la batuta de la Directora de Orquesta Silvia Sanz Torre. «Este año actuarán unas bailarinas como principal novedad. Será un espectáculo visual muy bonito», enfatiza la presidenta, que avanza que se interpretarán «canciones de todo tipo, que todos conocen, desde villancicos españoles a bandas sonoras de cine». Así, se interpretarán clásicos de la música como Polka ‘Rayos y truenos’ de Strauss, ‘Chicago’ de J. Kander o ‘La Misión’ de E. Morricone.
Además, el aforo será del 75% para «velar por la salud de todos, de modo que, cada grupo familiar, tendrá una butaca libre a su izquierda y derecha», detalla De Rato, con el fin de mantener la distancia y que todo sea lo más seguro posible. Además, cuando se compre una butaca, automáticamente se bloquea la de al lado para que no haya nadie y, si compran dos juntas, se bloquean las de los lados.
El concierto se celebrará este 18 de diciembre a partir de las l1.30 horas y las entradas –que actualmente se pueden adquirir al 50%– se pueden adquirir tanto en la web de la Fundación como en las taquillas del Auditorio de la red del INAEM. Aquellas personas que no puedan asistir pero quieran aportar su granito de arena, pueden realizar su donación ‘Fila 0’ o hacerse socios a través de la página web de la Fundación Padre Arrupe.
Los fondos recaudados se destinarán a los proyectos que la institución lleva a cabo en El Salvador, en concreto, en Soyapango, una de las zonas más vulnerables del país donde un 26% de la población vive en situación de pobreza y con un promedio de escolaridad de 7 años. El Salvador es uno de los países más violentos del mundo, con una tasa de 6,6 homicidios al día.
En este contexto, la Fundación Padre Arrupe –nacida en 1992– beca y educa en su colegio a 1.600 niños en riesgo de exclusión social y atienden en su clínica a más de 60.000 pacientes al año, donde ofrecen hasta 29 especialidades médicas a la población local salvadoreña.
Preguntada sobre el impacto de la pandemia en la actividad de la institución, su presidenta reconoce que «ha golpeado con toda crudeza» y recuerda que El Salvador fue «el primer país en cerrar en Centroamérica, aunque finalmente se vio afectado por el virus como todos».
Han sido meses muy complicados», rememora la presidenta que subraya que, al suspenderse la presencialidad, la Fundación hizo una «inversión en tecnología para que el sistema pedagógico fuera online. Actualmente, en el país las clases se imparten en régimen de semipresencialidad desde el pasado mes de abril.
«Vimos que había niños que no se conectaban, otros que sí, por lo que todo el personal se volcó para ver qué sucedía en sus hogares. En muchas casas, solo hay un móvil que tiene el padre o madre por lo que se han editado también guías en papel», explica. También ha habido familias que no han podido hacer frente a los pagos pero «ha habido casos de condonación», subraya.
«No se trata solo de una crisis económica, también se ha prestado apoyo psicológico a los padres y niños» por lo que, como resume De Rato, «la pandemia aún dura pero estamos más unidos a las familias». «Al final, todos somos personas y si no estás bien, no vas a poder estudiar. Hay que involucrar también a las familias porque los pequeños, al final, tienden a repetir patrones», prosigue.
LA EDUCACIÓN, LA «PALANCA» PARA ALCANZAR SUS SUEÑOS
El Complejo Padre Arrupe –construido sobre una superficie de 19 hectáreas– se compone de una escuela familiar, polideportivos, vigilancia las 24 horas del día, edificios de aulas, capilla y una clínica sanitaria, que atiende a cerca de 60.000 pacientes anualmente. Sobre el impacto de la pandemia en los alumnos matriculados, De Rato señala que se sigue produciendo un incremento constante, con 1.390 en 2019, 1.514 en 2021 y 1.600 para 2022.
«Todo ha sido muy complejo pero las familias lo han entendido. Nuestros alumnos no son niños a los que haya que decirles dos veces que se pongan a estudiar porque esa educación es la palanca poder hacer realidd sus sueños. Estos niños no viven en Europa ni están rodeados de estímulos positivos (limpieza en la calle, acceso a museos, etc) ya que viven en un ambiente en el que la violencia es muy endémica», lamenta.
Por ello, enfatiza que la ONG «no solo capacita a los alumnos, también forma a personas». «Estos niños viven en un oasis de paz, no es una frase de marketing, es lo que me dicen cuando estoy allí, los pequeños no tienen filtro y ellos usan la palabra paz cuando se refieren a la escuela, que ellos ven como un sitio seguro. Asistir a estas clases es la diferencia entre vivir y subsistir, es algo a lo que en Europa no se le da importancia pero en este país supone una gran diferencia», apostilla.
«Con esta educación, se pone fin al ciclo de exclusión social ya que los alumnos son capaces de sacar a sus familias de este bucle», enfatiza la presidenta, que especifica que imparten clases a menores de entre 2 a 18 años, que pueden entrar en cualquier curso escolar aunque tienen que pasar por «un examen de entrada para saber qué nivel tienen».
Un 30% de la carga lectiva gira en torno a las Matemáticas y la Lengua, aunque también se da mucha importancia a las artes ya que su fundador era amante del teatro clásico español mientras que la madre de Aurora de Rato, quien tomó las riendas al fallecer el Padre Juan Ricardo Salazar-Simpson, era amante de la música. «A través de las artes también sabemos si les pasa algo, por su modo de pintar o expresarse», relata su actual presidenta.
Desde 1998, en el centro se han graduado 23 promociones de jóvenes de la zona: 1.983 alumnos en total, que obtienen una doble titulación, de su país y España. «Ellos son los que van a cambiar el país», concluye De Rato.