Dicen que en política los principios y la lealtad están sobrevalorados. Que quien es un político profesional sabe sentir los vientos de las mareas, predecir si lloverá, y según el caso, ponerse a resguardo hasta que escampe. En estos tiempos de meigas y viejas conjuras, en el Partido Popular de Madrid, donde ya cae una inmensa batega, está de moda falar galego y no solo en la intimidad. Rápidamente, han cambiado las tornas y todos los casadistas madrileños buscan refugio bajo el ala de la nueva dirección nacional ante el temor de ser laminados sin piedad por el capitán de la Comunidad de Madrid, Miguel Ángel Rodríguez. Salvo una excepción, Carlos Izquierdo, consejero de Ayuso pese a Ayuso. Ya le fulminó en su primer gobierno, dejándolo como diputado raso. Más tarde y después de sus promesas de lealtad incondicional a la anterior dirección nacional del Partido, fue rescatado en el segundo gobierno ayusista nombrándole consejero de Administración Local y Digitalización a petición del Partido de Madrid, como nexo con la sede de Sol.
Carlos Izquierdo es un marinero profesional cuya vela se orienta tan rápido que no provoca sonrojo a quien desde el puerto ve sus maniobras para salir siempre a flote. Fue de Gallardón, luego de Esperanza, se avino a Cifuentes para después ser un casadista de primer orden con la esperanza de ser secretario general del PP de Madrid. Pero lo que pudo ser, no será y la vela volvió a girar. Tomó la palabra en la Junta Directiva Nacional en la que se convocaba el Congreso Extraordinario del Partido Popular y se despedía a Pablo Casado y, ante el asombro de propios y ajenos, balbuceó una suerte de perorata pelota, inoportuna y sin sentido prometiendo lealtad absoluta a su presidenta Ayuso. Tres aplausos mal contados en un auditorio repleto con más de 300 personas. Y Carlos Izquierdo se volvió a sentar pensando que todo le sería perdonado a cambio del bochorno que acababa de protagonizar.
Son tres los consejeros en el punto de mira. Uno, intocable por quién es, las personas que conoce y más importante, a dónde volvería de ser cesado. Un segundo caerá pero con su dignidad intacta. Y el tercero, de quien hablamos, confía en su perdón y en ser aceptado como vasallo de la lideresa madrileña y, sin embargo, será relegado y no dejará más recuerdo que las hojas barridas por el viento. Y es que Ayuso no olvida.
Los pregoneros de Sol han prometido instalar una guillotina en la Puerta del Sol. Por allí pasarán todos aquellos que no tuitearon lo que les pedían, los que no defendieron la legitimidad del hermanísimo a cobrar de la empresa del amigo del pueblo por vender mascarillas a la Comunidad de Madrid y, sobretodo, a los que apoyen demasiado al nuevo líder gallego. O Ayuso o el fin. Sírvase de ejemplo la «sugerencia» dada de que no se avalara en exceso al candidato Feijóo ni que se fomentara la participación de los afiliados en el congreso nacional que se celebrará en Sevilla. Madrid es de Ayuso y de a quien ella se lo quiera entregar. Pero a un precio: su gente deberá entrar en el nuevo Comité Ejecutivo Nacional y su congreso de entronización en el PP madrileño deberá celebrarse en mayo. Llevarle la contraria ya sabemos a lo que conduce. «Lo haremos bien» quizá no solo sea el lema del candidato Feijóo sino una declaración de paz obligada. El tiempo lo dirá.