La diáspora venezolana ya casi alcanza los 7 millones de personas, según las cifras de la Agencia de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y entre las personas que han tenido que salir de su país, a consecuencia de la situación política, económica y social en la que sumieron las dictaduras de Hugo Chávez y Nicolás Maduro al país caribeño, están miles de víctimas de toda esa represión, que ven la huida hacia otros países como la oportunidad para lograr lo que en su propio país les ha sido negado: la justicia.
La dinámica de la vida en general quizá los condene al olvido, pero nunca está demás recordar que en Madrid hay cientos de venezolanos con anécdotas y relatos escalofriantes, pero justo en este mes de junio hay dos personas para las que los amargos recuerdos de lo que les tocó vivir les quiebra la voz y les escuece la piel: se trata de la familia de Neomar Lander y David Vallenilla, dos de las 157 víctimas de la represión policial y militar que hubo en Venezuela durante las protestas del año 2017.
Zugeimar Lander es la madre de Neomar Lander, el joven de 17 años asesinado el 7 de junio de 2017 en la avenida Libertador de Caracas. Ella llegó a España el 2 de noviembre de 2018. Huyó de la impunidad, de los ataques en su contra; huyó del dolor que le provocaba ver cómo pasaban los meses y nunca se establecieron responsabilidades por el asesinato de su hijo.
«Cuando llegamos a España no teníamos donde quedarnos. Nos llevaron a un refugio donde compartíamos habitación con otras ocho personas. Yo estaba embarazada. Ahí estuvimos tres meses, hasta el Gobierno español nos mandó a León, a un apartamento también compartido. Comenzar de cero no ha sido fácil, pero en España se han portado muy bien con nosotros», expresó la madre del joven asesinado.
Neomar recibió un impacto de bomba lacrimógena en el pecho y minutos después que se anunció su muerte, el entonces defensor del Pueblo de Venezuela, Tarek William Saab anunciaba al país que el adolescente había fallecido por la mala manipulación de un fuego artificial. Hasta este momento, la investigación no ha logrado determinar cual de los funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana, que estaba en el piquete cerca de donde cayó muerto Lander, fue el que disparó en su contra.
Zugeimar asegura que después de la muerte de su hijo fueron varios los incidentes con ella y su familia, pues ellos residían en una urbanización de apartamentos construidos por el régimen chavista, donde la mayoría de sus vecinos eran afectos a la dictadura.
Para esta madre el consuelo está en lo que se pueda hacer en la Corte Penal Internacional, donde confía que en algún momento se pueda hacer justicia. «Sabemos que no será hoy, ni mañana, y que es un proceso lento, pero yo confío que habrá justicia, porque como decía Neomar <<La lucha de pocos vale por el futuro de muchos>> y sé que algún día Venezuela será libre, como lo soñaba mi hijo», dijo Lander.
El señor David Vallenilla está por cumplir 62 años. A él también le tocó comenzar de cero en España tras el asesinato de su hijo. El próximo 22 de junio se harán ya cinco años desde el día que el sargento de la aviación Arli Cleiwi Méndez Terán le disparó con una escopeta directamente al pecho y lo mató.
Tras la muerte de su hijo, vivió un par de episodios más, porque además de ser el padre de una de las víctimas de la represión militar durante las protestas de 2017 en Venezuela, denunció que él había sido el último jefe de Nicolás Maduro, antes de que se enchufara en el poder, en su época de conductor de autobús del Metro de Caracas.
«Meses después de la muerte de David entraron a mi oficina y me robaron todos los equipos, en un lugar donde había otros despachos y solo me robaron a mi. Después me regalaron unas cámaras de seguridad que tuve que ir a buscar hasta Caracas y justo después que me las entregaron, me volvieron a robar y me las quitaron. Fueron pasando cosas que me llevaron a pensar en la opción de irme del país y escogí España porque mi hijo en algún momento dijo que se quería venir para acá», relató el señor Vallenilla en conversación con Moncloa.
Cuando llegó a la capital española tenía 58 años. También le tocó comenzar de cero, pero gracias a la ayuda del Gobierno español tuvo acceso a una formación para cuidar a personas mayores. Ahora trabaja en una residencia de mayores donde rápidamente se ganó el cariño de sus superiores y en poco tiempo obtuvo una plaza de trabajo fija. Asegura que es una labro que desempeña con mucho cariño y que paradójicamente le recuerda a la vocación que tenía su hijo, David José, como enfermero.
«Yo todos los días lloro. A veces me sorprendo de la fortaleza que he tenido, pero ahora puedo decirle a la gente lo que es aprender a vivir con el dolor, porque eso no se supera, uno aprende a vivir con ello», dijo el padre del joven asesinado. En su caso, el hecho de que haya por lo menos un funcionario enjuiciado y sentenciado le da un poco de consuelo y confía en que será la Corte Penal Internacional el organismo que por fin sancione a los funcionarios del Estado venezolano por todas las atrocidades que han cometido los uniformados de las Fuerzas Armadas venezolanas contra los manifestantes.