Los túneles ocultos construidos para la guerra de la Universidad Complutense de Madrid

Decenas de miles de estudiantes, profesores, visitantes y todo tipo de personas pasan todos los días por la Universidad Complutense de Madrid, de los que la inmensa mayoría no saben lo que fue la cruenta guerra de minas que acaeció allí mismo bajo sus pies, durante la Guerra Civil Española (1936-1939).

Este conflicto cainita empieza con un golpe de Estado fallido, del luego autoproclamado como bando nacional, en contra del Gobierno del Frente Popular, quedando la capital, Madrid, en manos republicanas. En noviembre de 1936 el imparable ejército nacional se acercaba a la ciudad y el Gobierno de la II República decidió huir y trasladar la capital a Valencia. Parecía que Madrid caería, pero por una serie de cuestiones militares, como el agotamiento del impulso de los atacantes que además eran inferiores en número,  y que los defensores fueron reforzados entre otros efectivos por las famosas Brigadas Internacionales, la denominada batalla de Madrid se saldaba con un claro triunfo del Ejército Popular de la República (EPR).

Las tropas nacionales quedaron a la defensiva, en posiciones sitas en salientes del frente muchas veces muy complicadas de mantener y abastecer; no podían retirarse pues su prestigio estaba en juego, y además hubieran sido muy útiles en caso de retomar el ataque. La amenaza del ataque mantenía a buena parte del EPR en la zona ya que la ciudad, aunque destruida, seguía teniendo una inmensa importancia, sobre todo política. Por ello intentaron alejar y a ser posible destruir a los nacionales, especialmente a los que estaban en las posiciones más vulnerables, las de la Ciudad Universitaria.

En ese momento empezó la guerra de minas, una vieja táctica medieval que busca excavar debajo de las posiciones, en principio murallas, enemigas para hundirlas, en este caso ya con explosivos. La Guerra Civil por el armamento y las posiciones fijas tuvo mucho que ver con la Primera Guerra Mundial; en ella el ejército británico había avanzado más instalando explosivos debajo de las trincheras enemigas que perdiendo miles de efectivos en ataques frontales. El climax de este tipo de acciones se dio en junio de 1917 en el curso de la batalla de Messines (Bélgica), cuando una serie de minas instaladas por los británicos y sus aliados de la Commonwealth fueron detonadas a la vez y lograron matar a unos 10.000 enemigos. Usaron tal cantidad de explosivos que el ruido de la detonación se escuchó en Londres. Por ello enseguida se copió la táctica durante la Guerra Civil española

Así, en el curso de la denominada batalla de Madrid, las unidades del EPR, en muchos casos con ayuda de antiguos mineros, excavan debajo de las posiciones nacionales con sumo cuidado para no hacer ruido y ser descubiertos. Una vez que habían hecho el túnel lo llenaban de explosivos y destruían la posición enemiga. Lo más cruento es que en la posición atacada morían enterrados vivos, muchas veces, unidades enteras.

Los nacionales, sabiendo esto, necesitaban hacer contraminas, túneles aún más profundos con los que localizaban y neutralizaban los de sus hábiles enemigos. Una vez localizados podían hacer una acción de comando, como sale en la película de propaganda franquista “Un puente sobre el tiempo” u optar por explotar el túnel enemigo. El trabajo en ambos casos era peligroso, dañino y agotador, pero aún más en los túneles nacionales por ser más profundos. Esta peligrosa tarea le fue encomendada a poder ser a veteranos de la defensa de Oviedo (Asturias) junto a prisioneros de guerra republicanos, principalmente mineros, que habían sido capturados en el Frente del Norte.

Los peligros eran muchos, podían ser sepultados, morir por el monóxido de carbono, o enfrentarse cuerpo a cuerpo a un comando enemigo. Eso por no hablar del estrés, el trabajo constante y las largas jornadas, aunque a cambio se les procuraba una mejor alimentación y mucho alcohol. Los prisioneros de guerra reclutados para esta dura labor solían escaparse, usualmente en parejas, pero en noviembre de 1938 (cuando ya estaba muy claro que la II República estaba perdiendo) nueve prisioneros republicanos lograron llegar por la noche a las líneas republicanas, saliendo en donde ahora está la Fundación Jiménez Díaz (en la actual Avenida de los Reyes Católicos) aprovechando la contramina que excavaban. La guerra de minas fue bajando su intensidad progresivamente, y cinco meses y medio después el conflicto terminó.

Tras la guerra, la propaganda franquista promocionó dos películas que recordaban la guerra de túneles. Así en “Frente de Madrid” (1939) se aprovecha uno de estos túneles para introducir un espía en la capital y se muestra en qué consistía este tipo de tácticas. Más tarde, ya en 1964 en la citada “Un puente sobre el tiempo” la Unidad del protagonista, un alférez provisional, se encuentra una mina republicana que pretende explotar su posición, por ello deberán hacer una acción comando en el túnel, que conecta con las alcantarillas de la ciudad.

Rápidamente, tras el final de la Guerra en  1939, se acometió la reconstrucción de la zona retirando explosivos y tapando los accesos, pese a eso sigue habiendo restos. Así actualmente alumnos de arqueología practican en trincheras cercanas a la Facultad de Psicología. Uno de los principales investigadores es el arqueólogo Alfredo González-Ruibal que, junto a su equipo, encontró las entradas a algunas de las minas del ejército nacionalista sitas entre el Museo de América y el Hospital San Carlos.

Aunque las peligrosas minas y contraminas están selladas, es probable que queden todavía algunas intactas y con explosivos. Actualmente los restos visibles en la zona se limitan a algunos atisbos de trincheras, agujeros de metralla y tres fortines franquistas con forma de torre, sitos en el madrileño parque del Oeste.