El monte en llamas: 2022 ya es el peor año del siglo por superficie quemada

Aún no ha finalizado el verano y los incendios ya han quemado casi 300.000 hectáreas de superficie forestal en España, equivalente a la extensión de la provincia de Álava. Esto convierte a 2022 en el año récord en que las llamas han calcinado más extensión en el siglo XXI, aun cuando faltan tres meses y medio para que se acabe el año. Todavía quedan por vivir y cuantificar los fuegos de finales de verano y los de otoño en el noroeste peninsular para regenerar pastos.

La magnitud negativa de los fuegos del año en curso se evidencia en el análisis de los datos publicados por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico y su Estadística General de Incendios Forestales (EGIF) y por el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (EFFIS) de la Comisión Europea.

Desde 1994, cuando se quemaron casi 438.000 hectáreas, no se registraban números tan catastróficos. En el presente siglo, aun de lejos, sólo se le acerca en devastación el año 2012, cuando ardieron 219.000 hectáreas.

La ruina que están provocando las llamas este año a los montes y las actividades económicas del mundo rural de nuestro país no es un hecho singular. Otras llamas, por las mismas causas, devastan las geografías de otros lugares como Estados Unidos, Portugal, Francia o Grecia. Son causas estructurales como el abandono y despoblamiento del campo y el monte o la falta de gestión de las masas forestales; pero también se dan causas coyunturales como una meteorología muy adversa con olas de calor prolongadas y sucesivas y una sequía pertinaz.

Lo preocupante para un futuro inmediato es que los expertos consultados coinciden en que esas causas coyunturales meteorológicas se están convirtiendo ya en estructurales. Esos expertos (ingenieros, científicos) no dan pábulo a las neurosis de los negacionistas del cambio climático.

“Desde hace 30 años, los modelos predictivos de cambio climático realizados por Naciones Unidas nos vienen advirtiendo de lo que ya está pasando y estamos caminando hacia el peor escenario: sequía, déficit hídrico en la vegetación y falta de precipitaciones que provocan grandes incendios”, explica Raúl Quílez, investigador en Tecnosylva y doctor en incendios forestales.

En la misma línea se expresa Miguel Ángel Soto, director de Campañas de Greenpeace y un conocedor de largo de la problemática de los incendios forestales: “Los científicos del IPCC ya anticipaban estos escenarios en sus informes”. Se refiere al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU.

Olas de calor y sequía

Los meses de verano ha sido extremadamente cálidos, superando en más de 2°C las temperaturas medias de la España peninsular para el periodo 1981-2010, y han tenido un carácter muy seco en cuanto a las precipitaciones, según los informes climatológicos publicados por la Agencia Estatal de Meteorología.

“La meteorología ha jugado un papel adverso, tanto en la ignición como en la propagación: año hidrológico seco con descenso del 20% de las precipitaciones, un mayo con temperaturas de récord y una ola de calor extrema y tempranera en junio que, además generó muchos incendios por rayo”, explica Miguel Ángel Soto.

Esas circunstancias meteorológicas sumadas a una gran cantidad de combustible (vegetación muerta) y episodios frecuentes de tormentas eléctricas han hecho especial daño al monte del este y noroeste peninsular, muy singularmente a las provincias de Cáceres, Zamora y Orense.

“En este contexto de extremos climáticos hay que destacar la tormenta eléctrica que la tarde-noche del jueves 16 de julio descargó 6.000 rayos sobre Galicia y provocó más de medio centenar de fuegos”, apunta el director de Campañas de Greenpeace. Añade Soto: “La simultaneidad de los incendios ha provocado la incapacidad de abordar la extinción y esto, a su vez, ha derivado en una mayor extensión barrida por el fuego”.

Un bombero trabaja en la extinción del incendio en la Sierra Culebra (Zamora), junio de 2022 | Europa Press
Un bombero trabaja en la extinción del incendio en la Sierra Culebra (Zamora), junio de 2022 | Europa Press

Sin embargo, los episodios meteorológicos extremos propios de la primavera y el verano de 2022 no explican por sí solos la gran superficie calcinada en los últimos tres meses. Otros eventos extremos de invierno derivados del cambio climático también intervienen en la ecuación.

Así lo explica Raúl Quílez. Este doctor en incendios forestales argumenta que esos episodios invernales pasan desapercibidos a primera vista, pero son ingredientes fundamentales ya que “las tormentas de nieve como Filomena de años pasados han generado rupturas bestiales de arbolado creando una gran masa de combustible muerto que en situaciones de calor extremo alimenta vorazmente el fuego”.

Javier Madrigal, autor del blog especializado FuegoLab e investigador en incendios forestales del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA), abunda en este asunto y asegura que “como consecuencia de las grandes tormentas de invierno se generan extensas masas de vegetación muerta, lo que en veranos meteorológicos adversos aumenta el número de focos de ignición y los incendios se multiplican”. Añade que también ocurre por “las perturbaciones bióticas” del cambio climático en la vegetación, como “las plagas y enfermedades que propician combustible seco listo para la combustión”. Sostiene que estos condicionantes han sido determinantes este año para que la superficie quemada haya sido mayor.

Grandes incendios cada vez más devastadores

El contexto de este verano en el que han confluido factores estructurales y coyunturales, descrito por los expertos, ha convertido la mayoría del monte español en una tea lista para prender. Los datos son elocuentes: entre los diez incendios más devastadores en los que llevamos de siglo, hasta cuatro se han producido entre junio y agosto de 2022.

Sólo el iniciado en el municipio zamorano de Losacio quemó 31.473 hectáreas y se cobró la vida de tres hombres, además de arruinar muchos negocios de ecoturismo en la Sierra de la Culebra. El fuego de Losacio encabeza la lista de incendios que más extensión de monte han calcinado en el s. XXI.

En total, en los ocho meses y medio que llevamos de 2022, ya han sucedido 54 grandes incendios (>500 ha). Sólo en 2006 (58) y 2017 (56) hubo más, pero quedan meses por delante para también sea un año récord en esta estadística, según cuentan a este medio personas versadas en la materia.

El catalán Marc Castellnou, uno de los gurús mundiales en el análisis de los incendios y su casuística, viene advirtiendo hace años de que en España ya se están dando megaincendios, que son incendios que no sólo queman miles y miles de hectáreas de masa forestal, sino que también se sitúan fuera de capacidad de extinción y afectan gravemente a la seguridad de las personas y a sus actividades económicas (turismo, sector primario) y destruyen infraestructuras (torres eléctricas, carreteras, ferrocarril) creando situaciones de multiemergencia civil.

Dadas sus características, se puede describir como megaincendio el originado en la localidad castellonense de Bejís a finales de agosto, que quemó cerca de 20.000 ha y que superó en muchas zonas y durante varios días la capacidad de sofocarlo por parte del operativo de extinción. Sus llamas llegaron a rodear un tren y causaron escenas de pánico entre sus pasajeros. Una veintena de ellos resultaron heridos de diferente consideración.

Efectivamente, el investigador Raúl Quílez cree que varios fuegos de 2022, como el de Bejís, ya se pueden catalogar como megaincendios. “El de Bejís, como otros, son incendios muy agresivos e incontrolables desde el minuto cero y se te van fuera de capacidad de extinción porque cogen mucho perímetro y la velocidad y longitud de llama son enormes. Si a eso le sumas que tienes que centrarte en defender las zonas pobladas y los polígonos industriales, entonces se hacen aún más complejos de extinguir”, explica Quílez.

Gestión forestal para evitar catástrofes futuras

El propio Raúl Quílez alude a los tres componentes del triángulo del fuego -topografía, meteorología y combustible- para advertir que las políticas sólo pueden actuar a corto y medio plazo sobre la variable del combustible mediante una gestión forestal eficaz que evite grandes incendios que quemen lo que no queremos que quemen.

Para este experto, que combatió numerosos fuegos cuando era técnico forestal del Consorcio de Bomberos de Valencia, no es comprensible que en “la España despoblada” no se potencien “actividades de bioeconomía (industria maderera, ganadería, bioenergía) que palien el déficit de gestión forestal y que mengüen el riesgo de incendios”.

Para Quílez, al igual que argumentan habitualmente otros peritos como Marc Castellnou, es el momento de planificar una gestión forestal valiente y abandonar la idea concebida en los años 80 de que unos equipos de extinción potentes y bien dotados acabarían con el problema de los incendios.

En ese sentido, Javier Madrigal enfatiza: “Tenemos que volver a ser ingenieros; los ingenieros forestales reclamamos a nuestros políticos que se invierta en la gestión forestal”.

Nos enfrentamos a un problema “poliédrico”, como le gusta calificarlo a Miguel Ángel Soto. Pero insiste en que ya existen consensos científicos como para que los responsables políticos escuchen a los que saben y actúen sin demora. “Debemos aprender a convivir con el fuego, pero si gestionamos una parte importante del paisaje, en especial en la interfaz urbano-forestal, el comportamiento del fuego será diferente”, apunta este experto de Greenpeace.

Existe una oportunidad con fondos europeos ‘Next Generation’, que destinarán en España hasta 1.642 millones de euros a la conservación y restauración de ecosistemas y su biodiversidad, partida que incluye el desarrollo de una gestión forestal sostenible. Los expertos consultados aconsejan que no sólo se inviertan esos millones en la renovación y modernización de la flota de medios de extinción, sino que la gestión forestal esté en la mente de los gestores de ese presupuesto.