En la Antigüedad los persas comerciaban con betún, un líquido negro y viscoso al que se le atribuían propiedades de medicina, y al que se conocía en su idioma como «mummia». Si la «mummia» tenía propiedades milagrosas para el cuerpo humano, también lo tendría, por extensión, aquello con lo que se impregnaba a las momias egipcias.
Con el paso del tiempo el error fue in crescendo y se empezó a aplicar el vocablo «mummia» a la totalidad del cuerpo de la momia, popularizando el empleo de los cuerpos momificados como método terapéutico.