La votación de García Page con el PP que le permitirá ser cargo público durante 36 años

Emiliano García-Page (Toledo, 1969), actual presidente de Castilla-La Mancha, buscará la reelección para un tercer mandato el próximo 28 de mayo. Su candidatura solo será posible porque antes, en julio de 2019, las Cortes regionales (PSOE más PP con abstención de Ciudadanos) suprimieron la limitación de mandatos, vigente desde los últimos tiempos de José Bono al frente de la comunidad autónoma.

Frisará para entonces los cincuenta y cuatro años, los últimos treinta y seis ejerciendo un cargo público de manera ininterrumpida desde que, a los diecinueve, echó a andar de concejal en el Ayuntamiento de Toledo. Pronto, a los veinticinco, y en pleno pulso entre «renovadores» y «guerristas» dentro del PSOE, Bono le nombró portavoz del Gobierno, el consejero más joven de España, en un gesto notorio.

TRAYECTORIA EN ASCENSO

García-Page es un político de larga data, pero no un superviviente. De aprendizaje largo en ejercicio, paciente, persistente y sin altibajos. Desde los orígenes, su trayectoria fue en ascenso, tanto en el partido como en la vida pública, donde ha desempeñado todo a nivel local, provincial y regional. Ha sido concejal, consejero, alcalde y presidente. Hasta ahí. Siempre plegado a un territorio y, especialmente, a una sociedad concretos.

Ya en precampaña, lo ha entrevistado José Antonio Zarzalejos (El Confidencial, 19/02/2023). Zarzalejos es un periodista moderado, no de izquierdas, y de los que se expresan convencidos de saber cuál es el PSOE que interesa a España: una socialdemocracia «no fanática, moderada y transversal» como la que García-Page dice representar: «Lo que molesta de algunos planteamientos míos –afirma– es lo que evoca de los mejores momentos del PSOE».

Sin embargo, el presidente candidato en Castilla-La Mancha conoce mejor que muchos lo que diferencia la política de otras nobles dedicaciones. Si la filosofía gira alrededor de lo esencial o la religión, dicen, de lo trascendental, él sabe bien que la política se desenvuelve en lo circunstancial.

Y así, porque la política se despliega en lo circunstancial, «lamentar lo que pudo ser y no fue» te precipita al pantano de la melancolía. Nunca se lo permita quien, según el entrevistador, y no al tuntún, «muchos ven en el banquillo, a la espera». Un político vivo que, por convicción, aspiración o conveniencia electoral, o por las tres, se perfila a sí mismo en contraposición a Pedro Sánchez.

POCA RELACIÓN CON SÁNCHEZ

El presidente castellano-manchego tiene poca relación con el secretario general del PSOE, «la misma que con los anteriores», es decir la que tuviera con aquéllos de cuando él no estaba al frente de una federación ni era presidente de una comunidad autónoma ni se había incorporado a sus equipos, como sí lo hizo con Sánchez, en la dirección federal del partido.

Interpretar su relación mueve a recordar que García-Page fue uno de los diecisiete miembros de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE que, en septiembre de 2016, dimitieron para forzar la caída de Pedro Sánchez y, como consecuencia, facilitar la investidura de Mariano Rajoy, cortando de raíz la posibilidad de cualquier otra alianza. Resulta paradójico que García-Page fuera presidente de Castilla-La Mancha en aquel momento gracias al apoyo de Podemos tras la victoria corta de Cospedal.

Hubo otros más, legítimamente antes y después de aquello y no tan legítimamente entonces, que discreparon de Sánchez o se enfrentaron a él –como los habrá en el futuro–, pero que se recompusieron ante la manida «resiliencia» del caído, la responsabilidad política y con el paso del tiempo. Parece que García-Page no camine por los mismos derroteros.

Sobre si invitará a Pedro Sánchez a la campaña, no responde invitando ni encareciendo su presencia, sino con un «No tengo ningún inconveniente», avisando zumbón y valeroso: «Otra cosa es lo que digamos en los mítines. Soy capaz de decir en un mitin lo mismo que en una rueda de prensa».

El candidato invoca aquellas mayorías absolutas del pasado que configuraciones sociales y sistemas electorales como el de Castilla-La Mancha facilitan, pero imposibles a corto y medio plazo en otros ámbitos. Sobre el problema de Cataluña, sin concesión ninguna a lo avanzado, se centra en los flancos. Critica a Podemos con los argumentos obvios que cualquiera sabe y le apetecería decir, pero de paso a un Gobierno de cuyos logros, que son muchos, parece ignorar todos. Deplora el frentismo y, sin embargo, de la estrategia del PP y sus vaivenes con VOX, de eso no dice nada.

A modo de resumen, preguntado si está al margen del «sanchismo», sin poner reparo al aviesotérmino, contesta: «Callo muchas cosas con un límite evidente que consiste en no ser cómplice». Según la RAE, «complicidad» remite a «solidaridad o camaradería», que aquí no es, como efectivamente él dice, o bien a «crimen», «culpa», «delito» o «falta».

Las encuestas apuntan a que todo esto, sin menosprecio de su gestión, le producirá réditos electorales en un territorio donde la derecha acérrima, excesiva (no moderada) y atravesada –que no transversal– gana con frecuencia. Pero no son los aires de la política nacional. Es el aire de esa derecha que, aunque no tire edificios de momento, se cuela por las rendijas de las puertas. Y, porque es aire, no corre, vuela.