Cuando nos sentamos a disfrutar de un buen plato de pescado, rara vez pensamos en lo que realmente estamos llevando a nuestro organismo más allá de las proteínas y ácidos grasos omega-3. El pescado suele presentarse como uno de los alimentos más saludables de nuestra dieta mediterránea, pero no todas las especies acuáticas que llegan a nuestra mesa tienen el mismo perfil nutricional ni los mismos riesgos. Algunos ejemplares, especialmente los de gran tamaño y depredadores, pueden acumular niveles preocupantes de mercurio, un metal pesado con graves consecuencias para la salud humana.
La contaminación de los océanos es una realidad innegable que afecta directamente a nuestra cadena alimentaria. Con cada año que pasa, los niveles de mercurio y otros metales pesados aumentan en los mares, y estos contaminantes no desaparecen, sino que se acumulan en los tejidos de los peces que posteriormente consumimos. No es un tema baladí ni alarmista, sino una preocupación científicamente respaldada por numerosos estudios internacionales que alertan sobre esta problemática cada vez más evidente en determinados tipos de pescado que consumimos con relativa frecuencia.
3EL MERCURIO EN EL ORGANISMO: UN INVASOR SILENCIOSO Y PERSISTENTE

Una vez que el mercurio ingresa en nuestro cuerpo a través del consumo de pescado contaminado, puede permanecer en él durante períodos prolongados. A diferencia de otros contaminantes que el organismo puede eliminar con relativa facilidad, el metilmercurio tiene una vida media de aproximadamente 50 días en la sangre. Esto significa que necesitamos casi dos meses para eliminar tan solo la mitad de la cantidad ingerida, lo que facilita su acumulación progresiva si mantenemos un consumo regular de pescados con alto contenido en este metal. Los riñones, el hígado y, especialmente, el sistema nervioso son los órganos más afectados por esta exposición continuada.
Los efectos del mercurio en la salud humana son diversos y potencialmente graves. En adultos puede manifestarse a través de alteraciones neurológicas como pérdida de coordinación, problemas de memoria, irritabilidad o incluso trastornos del sueño. Sin embargo, son los fetos en desarrollo y los niños pequeños quienes sufren las consecuencias más dramáticas, ya que el mercurio interfiere directamente en el desarrollo neurológico, pudiendo causar retrasos cognitivos, problemas de atención y disminución del coeficiente intelectual. Es por esto que las recomendaciones de consumo son especialmente restrictivas para mujeres embarazadas, algo que desafortunadamente no siempre se comunica con la suficiente claridad a la población.