El asfalto es un escenario cotidiano donde miles de historias se cruzan, a menudo marcadas por la prisa y, seamos sinceros, cierta impaciencia colectiva. En este ir y venir constante, existen normas de circulación que, aunque fundamentales para la convivencia y la seguridad vial, pasan desapercibidas para la mayoría de conductores, y una de ellas tiene que ver con un gesto tan común como es tocar el claxon, una acción que la DGT vigila de cerca. Muchos lo utilizan como una extensión de su voz, para saludar, para quejarse o simplemente para hacerse notar, sin ser conscientes de que este uso indiscriminado puede acarrear una sanción económica nada despreciable.
La realidad es que el sonido del claxon se ha normalizado en nuestras ciudades y carreteras hasta tal punto que pocos se detienen a pensar si su uso es realmente necesario o, más importante aún, si está permitido en esa circunstancia concreta. Creemos conocer el reglamento al dedillo, pero la rutina y las costumbres adquiridas pueden llevarnos a cometer infracciones sin darnos cuenta, exponiéndonos a multas que nos pillarían totalmente por sorpresa. Es hora de desempolvar esa parte del código de circulación que afecta a la bocina y entender por qué la Dirección General de Tráfico considera su abuso una falta sancionable, buscando siempre un equilibrio entre la comunicación necesaria y la contaminación acústica evitable.
1EL CLAXON NO ES UN JUGUETE: MÁS ALLÁ DEL «¡QUÍTATE DE EN MEDIO!»
El claxon, o bocina si preferimos un término más castizo, es un elemento de seguridad activa presente en todos los vehículos a motor, concebido como una herramienta de advertencia acústica para situaciones muy específicas. Sin embargo, su utilización en el día a día dista mucho de ceñirse a lo estrictamente reglamentario, convirtiéndose a menudo en una válvula de escape para la frustración del conductor o en un peculiar sistema de comunicación social sobre ruedas. Desde el toque corto para avisar a un conocido que pasa por la acera hasta la pitada larga y sostenida al coche de delante porque el semáforo ya está en verde, los ejemplos de uso indebido son incontables y forman parte del paisaje sonoro urbano.
Esta desviación de su propósito original no solo incumple la normativa, sino que contribuye significativamente a la contaminación acústica, un problema creciente en los núcleos urbanos que afecta a la calidad de vida de los ciudadanos. El ruido constante del tráfico, agravado por el uso innecesario y a menudo agresivo de las bocinas, genera estrés, dificulta el descanso y puede tener consecuencias negativas para la salud. La DGT, consciente de esta problemática, establece límites claros para su uso, buscando preservar un ambiente acústico más saludable y fomentar una conducción más respetuosa y menos impulsiva entre los usuarios de la vía.