¿Imaginas dar positivo en un control de alcoholemia sin haber catado ni una gota? Pues, aunque suene a ciencia ficción o a excusa de conductor apurado, es una posibilidad real, aunque extremadamente rara, debida a que nuestro propio cuerpo puede generar alcohol endógeno en ciertas circunstancias muy particulares. Esta situación desconcertante tiene una explicación médica fascinante que desafía nuestra comprensión habitual del metabolismo y sus caprichos inesperados.
El responsable de este fenómeno es el conocido como Síndrome de Fermentación Intestinal (SFI), también llamado síndrome de la autocervecería, una condición donde el sistema digestivo se convierte en una especie de destilería interna. En esencia, ciertos microorganismos presentes en el intestino, principalmente levaduras como la Saccharomyces cerevisiae (la misma del pan y la cerveza), fermentan los carbohidratos que ingerimos, produciendo etanol como subproducto directamente en nuestro torrente sanguíneo. Comprender este proceso nos abre una ventana a las complejidades de nuestro microbioma y cómo un desequilibrio puede tener consecuencias tan insospechadas como embarazosas para quien lo sufre.
3SÍNDROME DE FERMENTACIÓN INTESTINAL: LA RARA CONDICIÓN TRAS EL MISTERIO

A pesar de lo llamativo de sus síntomas y las situaciones kafkianas que puede generar, el Síndrome de Fermentación Intestinal es considerado una condición médica extremadamente rara, lo que contribuye a que a menudo pase desapercibida o sea mal diagnosticada por los profesionales. Muchos profesionales sanitarios, incluso médicos especialistas en aparato digestivo, no están familiarizados con ella, pudiendo confundir sus manifestaciones con problemas psiquiátricos como la ansiedad o la depresión, fatiga crónica de origen desconocido, o incluso sospechar de un consumo oculto y negado de alcohol por parte del paciente. Esta falta de reconocimiento puede generar una enorme frustración y sufrimiento en quienes lo padecen, que ven cómo su vida se ve afectada sin una explicación clara ni un tratamiento adecuado.
El diagnóstico del SFI requiere un alto índice de sospecha clínica por parte del médico y pruebas específicas para confirmar la producción endógena de etanol de forma fehaciente. La prueba de provocación con glucosa es fundamental y se considera el estándar de oro: tras administrar una carga controlada de azúcar al paciente en ayunas, se monitorizan sus niveles de alcohol en sangre o aire espirado durante varias horas para detectar un aumento significativo no atribuible al consumo externo o a factores ambientales. Cultivos de heces o aspirados del contenido intestinal pueden ayudar a identificar las levaduras responsables del proceso fermentativo, aunque no siempre son concluyentes por sí solos para determinar la causa última del alcohol detectado.