Las estribaciones montañosas de Teruel esconden misterios que desafían el paso del tiempo y la lógica contemporánea. La leyenda del oro maldito en La Muela de Montalbán ha configurado no solo el imaginario colectivo de generaciones, sino también el destino demográfico de un enclave que parece atrapado entre la historia y el mito, resistiéndose a desaparecer completamente mientras la España vaciada continúa expandiéndose por el territorio nacional.
Cuando el sol se pone tras los montes turolenses, las sombras alargan las siluetas de casas abandonadas y senderos cubiertos por la maleza, dibujando un paisaje donde realidad y superstición se entrelazan de manera inquietante. Pocas localidades aragonesas conservan un vínculo tan poderoso con sus relatos ancestrales como este pequeño núcleo poblacional casi fantasma, donde cada piedra parece guardar secretos y donde los pocos habitantes que resisten narran en voz baja historias de ambición, codicia y castigos sobrenaturales que han mantenido a raya a posibles nuevos pobladores durante décadas.
2UN TERRITORIO MARCADO POR EL MIEDO ANCESTRAL
El declive demográfico de La Muela de Montalbán comenzó mucho antes que el fenómeno generalizado de la España vaciada afectara a la provincia de Teruel. Los archivos municipales de localidades cercanas registran testimonios de familias que abandonaron precipitadamente sus hogares alegando «fuerzas inexplicables» y «presencias amenazadoras» que perturbaban su vida cotidiana, especialmente tras realizar trabajos de excavación o modificación del terreno.
Los registros catastrales muestran un patrón sorprendente: ninguna propiedad en el área directamente vinculada con la leyenda ha permanecido en manos de la misma familia durante más de dos generaciones. Este dato, aparentemente anecdótico, cobra relevancia cuando se analizan los motivos de venta o abandono, frecuentemente relacionados con «mala suerte persistente» o «imposibilidad de prosperar» pese a las favorables condiciones del terreno para determinados cultivos y aprovechamientos ganaderos.
La psicología colectiva ha jugado un papel fundamental en la perpetuación de esta narrativa maldita que envuelve al territorio. El miedo, ese poderoso regulador de conductas humanas, ha conseguido lo que ni las políticas de repoblación ni los incentivos económicos han logrado: mantener prácticamente intacto un espacio natural protegido no por leyes gubernamentales, sino por el respeto reverencial a una leyenda que nadie se atreve a desafiar abiertamente.