En el complejo universo de la alimentación moderna, nos encontramos a menudo atrapados en un ciclo de antojos difíciles de explicar, devorando ciertos productos con una avidez que roza la compulsión. Pocas veces nos paramos a pensar qué hay realmente detrás de esa atracción irrefrenable hacia determinados sabores, y es que la industria alimentaria utiliza de forma legal cierto tipo de aditivo diseñado específicamente para secuestrar nuestro paladar y mantenernos enganchados. Esta estrategia, perfectamente legal y extendida, se basa en manipular nuestra percepción del gusto, creando experiencias sensoriales tan intensas que los sabores naturales parecen palidecer en comparación, llevándonos a buscar una y otra vez ese estímulo artificial que nos proporciona un placer efímero pero poderoso.
La cuestión va más allá de las calorías, las grasas o los azúcares, componentes sobre los que ya existe una conciencia generalizada; se adentra en el terreno de la química del sabor, donde ingredientes específicos actúan como verdaderos directores de orquesta de nuestras papilas gustativas. Estamos hablando de los potenciadores del sabor, compuestos que, aunque presentes en cantidades mínimas, tienen la capacidad de multiplicar la intensidad de los sabores existentes o incluso añadir nuevas dimensiones gustativas, como el famoso umami. Su presencia en infinidad de productos procesados es la clave silenciosa que explica por qué nos cuesta tanto resistirnos a esa bolsa de patatas fritas, a esa sopa instantánea o a ese aperitivo que parece llamarnos desde la despensa, configurando sin que nos demos cuenta nuestras preferencias y hábitos alimentarios.
4LA LISTA DE LA COMPRA ‘TRAMPA’: DONDE SE ESCONDE ESTE ADITIVO HABITUALMENTE

Identificar los productos que contienen potenciadores del sabor como el glutamato monosódico puede ser un desafío, ya que se encuentran en una variedad asombrosamente amplia de alimentos procesados que forman parte habitual de nuestra cesta de la compra. Las patatas fritas de bolsa y otros snacks salados son quizás el ejemplo más evidente, pero la lista es mucho más extensa e incluye productos que podríamos no sospechar a primera vista. Caldos concentrados en pastillas o en polvo, sopas y cremas de sobre, fideos instantáneos, pizzas congeladas, hamburguesas preparadas, salchichas y otros embutidos procesados son candidatos habituales a incluir este aditivo
para potenciar su sabor y hacerlos más atractivos comercialmente.
Pero la presencia de este tipo de aditivo
no se limita a los productos salados; también podemos encontrarlo en salsas de todo tipo (kétchup, mostaza, mayonesas industriales, salsa de soja, aderezos para ensaladas), platos precocinados listos para calentar y comer, e incluso en algunos productos aparentemente más «naturales» como ciertos tipos de conservas vegetales o de pescado. La ubicuidad es tal que, a menos que basemos nuestra dieta mayoritariamente en alimentos frescos y cocinemos en casa desde cero, es muy probable que estemos consumiendo estos potenciadores de forma regular, a menudo sin ser plenamente conscientes de ello, lo que subraya la importancia de aprender a leer e interpretar correctamente las etiquetas alimentarias.