Alguna vez has tenido la extraña sensación de que tu móvil te escucha. Conversas sobre un viaje a Tailandia y, minutos después, ves anuncios de hoteles en Bangkok en tus redes sociales. No es paranoia colectiva ni casualidad, sino una realidad tecnológica que ha venido para quedarse. Los dispositivos inteligentes, especialmente nuestro inseparable teléfono móvil, poseen capacidades de escucha permanente que muchos usuarios desconocen o, peor aún, aceptan sin comprender sus implicaciones.
La tecnología avanza a pasos agigantados mientras la privacidad retrocede silenciosamente. Los asistentes virtuales como Siri, Alexa o Google Assistant necesitan, por diseño, estar siempre atentos para captar nuestras órdenes, funcionando mediante sistemas de reconocimiento de voz que permanecen activos incluso cuando creemos que no nos escuchan. Esta capacidad técnica, legítima en su concepción original, ha derivado en prácticas comerciales cuestionables donde las grandes tecnológicas aprovechan esta información para elaborar perfiles de consumo extremadamente precisos. El problema no es la funcionalidad, sino la falta de transparencia sobre cómo se gestionan esos datos capturados por nuestro dispositivo.
4EL MARCO LEGAL: INSUFICIENTE ANTE EL AVANCE TECNOLÓGICO

La legislación actual, incluso el ambicioso Reglamento General de Protección de Datos europeo, muestra serias limitaciones frente a estas prácticas. Las empresas tecnológicas han encontrado resquicios legales amparándose en términos y condiciones extremadamente extensos que pocos usuarios leen realmente. La mayoría de los consumidores acepta sin saberlo el procesamiento de sus conversaciones, otorgando consentimientos ambiguos que posteriormente resultan difíciles de revocar o modificar. Esta situación crea un desequilibrio de poder donde el usuario medio carece de las herramientas necesarias para proteger eficazmente su intimidad.
Los expertos en ciberseguridad llevan años advirtiendo sobre estos riesgos, mientras las autoridades reguladoras intentan adaptarse a un panorama tecnológico que evoluciona más rápido que la capacidad legislativa. El problema fundamental radica en que los modelos de negocio de muchas plataformas digitales dependen directamente de la recopilación masiva de datos personales, creando un conflicto de intereses donde la privacidad del usuario queda subordinada a objetivos comerciales. Sin presión ciudadana y mayor concienciación, resulta improbable que las empresas modifiquen voluntariamente prácticas tan rentables, por muy cuestionables que resulten desde una perspectiva ética.