La seguridad en nuestras carreteras es una de esas batallas diarias que la DGT libra con ahínco y donde cada detalle cuenta. Y a veces, los detalles más aparentemente inocuos son los que esconden un peligro considerable, como ese gesto casi automático que muchos conductores y pasajeros realizan con el cinturón de seguridad sin ser plenamente conscientes de las implicaciones que conlleva, tanto para su integridad física como para su bolsillo.
Hablamos de esa costumbre, tan extendida como arriesgada, de colocarse la banda diagonal del cinturón por debajo del brazo, en lugar de permitir que cruce el pecho desde el hombro hasta la cadera contraria. Una práctica que, si bien puede parecer que alivia una supuesta incomodidad o evita arrugas en la ropa, en realidad anula casi por completo la eficacia de este sistema vital de retención, convirtiendo un elemento diseñado para salvar vidas en un potencial enemigo en caso de accidente. Es un engaño a uno mismo, una falsa sensación de cumplimiento que puede tener consecuencias nefastas en caso de frenazo brusco o colisión.
1EL CINTURÓN SALVAVIDAS, PERO BIEN PUESTO, AMIGO

El cinturón de seguridad no es un adorno, ni una imposición caprichosa de la normativa vial que la DGT se empeña en recordar. Su diseño está meticulosamente estudiado para distribuir las fuerzas de un impacto sobre las partes más resistentes del cuerpo humano, como son la pelvis y el tórax, evitando que salgamos despedidos del vehículo o impactemos brutalmente contra el interior del habitáculo. Para que cumpla su misión, la banda torácica debe cruzar el pecho por el centro de la clavícula y la banda abdominal debe ajustarse lo más bajo posible sobre las caderas, nunca sobre el abdomen.
En una colisión, incluso a velocidades aparentemente bajas, la energía cinética que se libera es tremenda y nuestro cuerpo tiende a seguir la trayectoria que llevaba el vehículo antes del impacto. Si el cinturón está mal colocado, especialmente con la banda superior bajo el brazo, en lugar de retenernos de forma segura, puede provocar lesiones graves en las costillas, órganos internos como el bazo o el hígado, o incluso un latigazo cervical mucho más severo al no sujetar correctamente el tronco. La DGT no se cansa de insistir en que unos segundos dedicados a ajustar correctamente este dispositivo pueden marcar la diferencia entre un susto y una tragedia.