El verano trae consigo una serie de cambios en nuestra rutina diaria que afectan desde lo que comemos hasta cómo nos refrescamos. La forma de ducharse durante esta época estival sufre importantes modificaciones respecto al resto del año, principalmente debido a las altas temperaturas y al sudor que estas generan. Muchos especialistas en dermatología señalan que existen errores habituales en nuestros hábitos de ducha veraniegos que pueden dañar seriamente la barrera cutánea, provocando sequedad, irritación e incluso problemas más serios a largo plazo.
Durante los meses de calor, el número de duchas diarias aumenta considerablemente, algo que parece lógico pero que esconde diversas problemáticas para la salud de nuestra piel. Los dermatólogos advierten que el 90% de la población comete errores fundamentales al ducharse en verano, desde la elección incorrecta de la temperatura del agua hasta el uso de productos inadecuados o el tiempo excesivo bajo el chorro. Estos hábitos aparentemente inofensivos pueden derivar en alteraciones del pH natural de la piel y eliminar la capa protectora de sebo que nos protege frente a agentes externos, lo que explica por qué muchas personas notan su piel más tirante, escamosa o incluso con picores tras la época estival.
3EL TIEMPO BAJO EL AGUA: CUANDO MENOS ES MÁS

Las altas temperaturas veraniegas invitan a prolongar el tiempo bajo la ducha como método de refrigeración corporal. Sin embargo, este hábito constituye otro error frecuente al ducharse que perjudica gravemente la salud de nuestra piel. Una exposición prolongada al agua, incluso si esta tiene una temperatura adecuada, provoca una maceración de la capa córnea que debilita su función barrera y facilita la pérdida de humedad natural, generando paradójicamente mayor sequedad cutánea tras el baño.
Los dermatólogos recomiendan que las duchas veraniegas no excedan los cinco minutos de duración, tiempo suficiente para una correcta higiene sin comprometer la integridad de la epidermis. El exceso de tiempo bajo el agua al ducharse no solo daña la piel sino que también puede alterar el equilibrio de la microbiota cutánea. Este ecosistema de microorganismos que habita de forma natural en nuestra superficie corporal resulta fundamental para la protección frente a patógenos y su alteración puede derivar en problemas como foliculitis o infecciones cutáneas, más frecuentes precisamente durante los meses de verano cuando el calor y la humedad favorecen la proliferación bacteriana.