Los pasillos del supermercado se han convertido en un campo de batalla semántico, donde las etiquetas prometen salud y esbeltez con una facilidad pasmosa. El reclamo light brilla con luz propia en infinidad de envases, susurrando al oído del consumidor la promesa de un capricho sin remordimientos, una versión más saludable de sus productos favoritos que, supuestamente, ayudará a mantener la línea o incluso a perder esos kilos de más que tanto preocupan a una parte significativa de la población española. Sin embargo, tras esa palabra mágica a menudo se esconde una realidad nutricional mucho más compleja y, en ocasiones, decepcionante, que merece ser desentrañada para tomar decisiones informadas sobre nuestra alimentación.
La legislación europea es clara al definir qué condiciones debe cumplir un producto para poder etiquetarse como ‘light’, generalmente implicando una reducción mínima del 30% en calorías, grasas o azúcares respecto a su versión original. Pero esta reducción focalizada en un único componente puede ser un arma de doble filo, ya que para compensar la pérdida de sabor o textura derivada de quitar grasa o azúcar, los fabricantes recurren con frecuencia a otros ingredientes que no siempre son la opción más saludable ni la más indicada si el objetivo es controlar el peso. Comprender qué hay realmente detrás de esa etiqueta se convierte, por tanto, en una herramienta fundamental para no caer en una trampa que puede sabotear nuestros esfuerzos por llevar una dieta equilibrada y, contrariamente a lo esperado, dificultar la pérdida de peso.
3EDULCORANTES BAJO LA LUPA: ¿SOLUCIÓN MILAGROSA O PROBLEMA A LARGO PLAZO?

Cuando la estrategia para crear un producto light pasa por reducir el azúcar, la alternativa más común es el uso de edulcorantes artificiales o acalóricos, como el aspartamo, la sacarina, la sucralosa o el acesulfamo K. Estos aditivos proporcionan un intenso sabor dulce sin añadir calorías, lo que los convierte en una opción aparentemente ideal para quienes buscan reducir su ingesta calórica sin renunciar al dulzor en yogures, refrescos, postres y un sinfín de productos procesados. La promesa de «dulce sin culpa» ha catapultado la popularidad de estos sustitutos del azúcar, presentes de forma masiva en la oferta de alimentos y bebidas catalogados como light o «zero».
Sin embargo, el debate científico sobre los efectos a largo plazo de los edulcorantes artificiales sigue abierto y genera controversia. Algunas investigaciones sugieren que podrían alterar la microbiota intestinal, con posibles consecuencias negativas sobre el metabolismo y la regulación del apetito, mientras que otros estudios apuntan a que podrían no ser tan efectivos para la pérdida de peso como se pensaba, e incluso podrían fomentar la preferencia por sabores muy dulces, dificultando la adaptación a una dieta menos procesada y más natural. Aunque las autoridades sanitarias los consideran seguros en las dosis autorizadas, la percepción de que son una solución inocua y beneficiosa per se en el contexto de los productos light merece una reflexión crítica por parte del consumidor informado.