En las profundidades de la sierra gaditana se esconde un tesoro arquitectónico que desafía las leyes de la construcción tradicional. Este rincón de Cádiz, conocido como Setenil de las Bodegas, representa uno de los ejemplos más extraordinarios de adaptación humana al entorno natural en toda la península ibérica. Sus casas, construidas bajo enormes rocas que sirven como techos naturales, conforman un paisaje urbano único donde la piedra y la cal se funden en perfecta armonía.
La visita a este municipio gaditano supone una experiencia sensorial completa que transporta al viajero a otra dimensión temporal. Desde el primer momento, las callejuelas encajadas entre formaciones rocosas monumentales cautivan por su originalidad y belleza austera, característica del sur peninsular. La historia de Setenil se remonta a épocas prehistóricas, cuando sus primeros pobladores aprovecharon las cuevas naturales como refugio, sentando las bases de lo que siglos después se convertiría en uno de los pueblos más fotografiados de Cádiz y de toda Andalucía.
3LA GASTRONOMÍA ENTRE ROCAS: UN FESTÍN PARA LOS SENTIDOS

La cocina de Setenil constituye otro de los grandes alicientes para visitar este singular municipio gaditano. La gastronomía local, profundamente arraigada en las tradiciones culinarias de la serranía de Cádiz, destaca por la calidad de sus productos y la sencillez de sus elaboraciones. Los famosos mesones ubicados en la Calle Cuevas del Sol y Cuevas de la Sombra, donde los comensales disfrutan de suculentos platos bajo impresionantes voladizos rocosos que sirven como techos naturales a estos establecimientos, proporcionan una experiencia gastronómica difícil de igualar.
Entre las especialidades locales brillan con luz propia las chacinas artesanales, los quesos de cabra, el «remojón» (ensalada de naranja con bacalao y aceitunas) y los guisos tradicionales como las sopas de espárragos o la caldereta de cordero. La repostería setenilesña refleja la influencia morisca que impregna buena parte de la dulcería tradicional de Cádiz, con delicias como los amarguillos, las tortas de aceite o los borrachuelos que endulzan el paseo por sus calles. No menos importante es su tradición vinícola, que da nombre al pueblo («de las Bodegas») y que ha recuperado protagonismo en los últimos años con la producción de tintos y blancos de gran personalidad.