El pastel de nata es uno de los grandes tesoros de la repostería portuguesa. Este pequeño dulce de aspecto sencillo, pero de sabor profundo, ha conquistado paladares en todo el mundo gracias a su combinación de crema suave, hojaldre crujiente y ese toque tostado en la superficie que lo convierte en una auténtica delicia. Originario del barrio de Belém, en Lisboa, el pastel de nata se ha convertido en un símbolo gastronómico del país, y aunque su receta original se guarda bajo llave, hoy en día es posible acercarse mucho a su sabor desde cualquier cocina doméstica.
Muchos viajeros vuelven de Portugal con el recuerdo imborrable de haber probado un pastel de nata aún caliente, espolvoreado con canela o azúcar glas. Pero lo que no todos saben es que no hace falta cruzar la frontera para revivir esa experiencia. Con ingredientes al alcance de cualquiera y un poco de paciencia, es posible recrear en casa una versión fiel a la tradición portuguesa. El resultado no solo sorprende, sino que también invita a repetir. Porque una vez se domina la receta, el pastel de nata pasa a ser parte del recetario imprescindible para los amantes del dulce.
2Paso a paso para evocar Portugal en tu propia casa

Comenzar la elaboración del pastel de nata es más sencillo de lo que parece. Se extiende el hojaldre y se enrolla sobre sí mismo formando un cilindro, que luego se corta en pequeñas porciones. Cada porción se coloca en un molde y se aplasta con los dedos para forrar la base y las paredes. Mientras tanto, se calienta la leche con la nata, el azúcar, la canela y la piel de limón. Cuando la mezcla está caliente, se añade poco a poco a las yemas batidas con la harina, removiendo constantemente para evitar grumos.
Una vez lista la crema, se cuela para obtener una textura fina y se reparte en los moldes. Se hornean a temperatura alta a unos 230 ºC durante aproximadamente 15 o 20 minutos, hasta que la superficie de los pasteles de nata esté dorada con ligeras manchas oscuras, como si hubieran sido caramelizados. El contraste entre el hojaldre crujiente y el interior cremoso es el gran triunfo de esta receta, que logra enamorar desde el primer mordisco. Al sacarlos del horno, se dejan reposar unos minutos y se pueden servir tibios, con un poco de canela o azúcar glas espolvoreado por encima.