El strudel de manzana es uno de esos postres que parecen sacados de una postal alpina. Tan cálido como el amor del hogar, aromático como un campo de lavanda y con ese toque crujiente tan característico que recuerda a los cafés vieneses. De origen austrohúngaro, este dulce se ha convertido en un símbolo de la repostería centroeuropea, especialmente en Austria, donde es casi un ritual acompañarlo con una taza de café o té caliente, y lo mejor es que hacerlo en casa no es para nada imposible.
Este postre, cuyo nombre original es “Apfelstrudel”, se caracteriza por su masa fina como el papel y un relleno especiado de manzana, pasas, canela y, a menudo, un toque de ron o nuez moscada. El strudel de manzana no solo destaca por su sabor, sino también porque es servido en porciones generosas, espolvoreado con azúcar glas y, si se quiere algo más indulgente, acompañado de crema batida o helado de vainilla. Aprender a hacerlo en casa es como abrir una ventana a la cocina centroeuropea más reconfortante.
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Una vez fuera del horno, el strudel de manzana debe reposar unos minutos antes de ser cortado. Se sirve caliente o templado, con una generosa lluvia de azúcar glas por encima. Como acompañamiento, lo tradicional es ofrecerlo con nata montada o helado de vainilla, aunque también queda exquisito con una salsa de vainilla caliente al estilo austríaco. El contraste entre la masa crujiente y el interior jugoso convierte cada bocado en una experiencia completa.
El strudel de manzana no es solo un postre, es una historia que viaja desde los palacios imperiales de Viena hasta las cocinas caseras de hoy. Prepararlo en casa permite descubrir una parte del alma centroeuropea, honrando una receta que ha sabido resistir el paso del tiempo. Y lo mejor de todo es que, una vez dominada la técnica, es fácil adaptarla a otros rellenos y momentos del año, haciendo del strudel un clásico versátil que nunca pasa de moda.