Málaga es un lugar de contrastes entre lo urbano y lo salvaje, pero además, es un lugar que sigue guardando secretos para quienes desean escapar del bullicio sin renunciar a la belleza del litoral andaluz. A tan solo unos kilómetros de la muy visitada Nerja, se encuentra un rincón que parece detenido en el tiempo: la playa de Maro. Rodeada de cultivos de aguacates y acantilados abruptos, esta cala de aguas cristalinas y paisaje virgen se ha convertido en un verdadero santuario para quienes buscan tranquilidad y conexión con la naturaleza.
Lejos del turismo masivo y las construcciones que han alterado buena parte de la Costa del Sol, Maro conserva ese espíritu silvestre que cuesta encontrar en pleno siglo XXI. Su acceso no es el más sencillo, pues hay que caminar por un sendero entre cañaverales, pero ese pequeño esfuerzo es parte de su encanto. Aquí no hay hamacas ni chiringuitos; lo que sí hay es mar transparente, cielo limpio y una sensación de intimidad que resulta cada vez más valiosa.
2Acceder a Maro hace parte del ritual
Llegar a esta playa de Málaga requiere cierto compromiso. No se puede aparcar justo al lado ni bajar en ascensor. Hay que caminar, y mucho del encanto del lugar está precisamente en ese trayecto. El camino que serpentea entre cañaverales y cultivos ecológicos recuerda que no todos los paisajes están hechos para ser conquistados con prisas. Y cuando se llega, el premio es doble: una playa recogida, con aguas turquesas, piedras suaves y una calma que invita al silencio.
Además, su cercanía a los acantilados de Maro-Cerro Gordo la convierte en un lugar ideal para practicar senderismo antes o después de la jornada de playa. Las vistas desde lo alto son una postal mediterránea que parece sacada de otro tiempo, con el azul del mar abrazando una costa que aún resiste al urbanismo. Málaga, en este sentido, demuestra que todavía hay rincones donde la naturaleza manda.
