jueves, 12 junio 2025

El ‘Tíbet’ español está en Huesca: descubre el monasterio budista visitable con vistas únicas y retiros de meditación en plena naturaleza

Entre las montañas del Pirineo aragonés se esconde un rincón que transporta a miles de kilómetros de distancia sin necesidad de pasaporte. La provincia de Huesca guarda en su geografía un tesoro espiritual que muchos han bautizado como el pequeño Tíbet español, donde la espiritualidad oriental ha encontrado un hogar perfecto en pleno corazón del Alto Aragón. Templos de colores vibrantes, banderas de oración ondeando al viento y monjes con túnicas color azafrán conforman un paisaje que bien podría pertenecer a las altas mesetas asiáticas, pero que sorprendentemente se encuentra a apenas unas horas de cualquier punto de la península.

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Este oasis de paz y contemplación conocido como Dag Shang Kagyü no es solo un espacio religioso reservado para iniciados, sino un centro abierto a todos aquellos que buscan desconectar del frenético ritmo cotidiano. Ubicado en el término municipal de Panillo, este monasterio tibetano se ha convertido en uno de los centros budistas más importantes de Europa occidental, tanto por sus instalaciones como por la autenticidad de sus enseñanzas y prácticas. Las impresionantes vistas a las sierras prepirenaicas que lo rodean convierten este enclave en un lugar perfecto para quien busca no solo enriquecimiento espiritual, sino también ese contacto con la naturaleza que parece cada vez más esquivo en nuestra sociedad urbanizada.

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EL ORIGEN DEL PEQUEÑO TÍBET EN TIERRAS OSCENSES

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La historia del monasterio Dag Shang Kagyü comienza en los años 80, cuando varios maestros tibetanos decidieron establecer un centro de enseñanza budista en Europa. No fue casualidad que eligieran las tierras altoaragonesas de Huesca para su fundación, la similitud paisajística con ciertas regiones del Himalaya y la tranquilidad que ofrecía este enclave rural resultaron determinantes para su establecimiento definitivo. El lama Akong Rinpoche y el lama Kalu Rinpoche fueron figuras clave en esta decisión, visualizando un lugar donde las enseñanzas del budismo tibetano pudieran florecer en Occidente.

Lo que comenzó como un modesto centro ha ido creciendo paulatinamente hasta convertirse en el complejo actual. Con el paso de los años, el monasterio ha ido ampliando sus instalaciones, incorporando estatuas monumentales de Buda, estupas tradicionales y salas de meditación. Huesca ganó así un centro espiritual único en la península que, lejos de generar rechazo entre la población local, ha sido integrado como parte del patrimonio cultural y turístico de la región, estableciendo puentes entre Oriente y Occidente. Este entendimiento intercultural ha permitido que el centro no sea visto como algo ajeno o exótico, sino como un valor añadido para la diversidad cultural del territorio oscense.

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