El pisto manchego es uno de esos platos que resumen a la perfección el espíritu de la cocina tradicional española. Es un plato sencillo en sus ingredientes, pero profundo en sabor y cargado de historia. Originario de Castilla-La Mancha, este guiso de hortalizas se ha mantenido casi inalterado generación tras generación, sirviendo tanto de plato principal como de acompañamiento para carnes o huevos. Con sus colores vivos y su aroma inconfundible, el pisto manchego es, además, un homenaje directo al trabajo paciente de la huerta.
Quien haya probado un buen pisto manchego sabe que no hay nada como una sartén humeante cargada de tomate, calabacín, cebolla, pimiento y aceite de oliva virgen extra. Este plato, humilde en apariencia pero sabio en preparación, encuentra en cada casa un matiz distinto, aunque hay una base que se mantiene constante. Y es que el verdadero secreto del pisto manchego no está en reinventar la receta, sino en respetarla, cocinando sin prisa y con el mimo que merece cada ingrediente.
3Un plato que sabe a hogar y a verano

Servido templado, caliente o incluso frío, el pisto manchego es uno de esos platos que pueden acompañar una comida entera o convertirse en protagonistas por sí mismos. Con un huevo frito coronando el guiso o con un trozo de pan rústico al lado, no necesita nada más para brillar. Es ideal tanto para una comida en familia como para una cena ligera, y su versatilidad lo hace perfecto para preparar en cantidad y conservar durante varios días.
Además de ser delicioso, el pisto manchego es un ejemplo perfecto de cocina de aprovechamiento y de respeto por el producto local. Es un homenaje silencioso a la agricultura tradicional, a los ritmos del campo y a las recetas heredadas de las abuelas. En tiempos de comida rápida y tendencias gastronómicas fugaces, volver al pisto manchego es, en definitiva, volver a las raíces.