La capacidad de ver con claridad es una herramienta fundamental, casi tan esencial para el desarrollo como podría ser para un adulto disponer de un coche que le permita desplazarse a su lugar de trabajo o llevar a cabo sus gestiones diarias; por ende, las gafas son fundamentales para cualquiera que las necesita. Para un niño en edad escolar, una visión nítida no es un simple lujo, es la ventana a un mundo de conocimiento, la llave que abre las puertas del aprendizaje en el aula, permitiéndole seguir el ritmo de sus compañeros y participar plenamente en la vida académica, sin embargo, para miles de familias en España, la realidad es que el acceso a esta herramienta básica no siempre ha estado garantizado, convirtiéndose en una carga económica que, en muchos casos, ha llevado a que problemas visuales pasen desapercibidos o queden sin corregir, con consecuencias directas y preocupantes en el rendimiento escolar y el bienestar infantil.
Es innegable que la salud visual de los menores es una cuestión de primer orden que impacta directamente en su presente y futuro. Un niño que no ve bien la pizarra, que confunde letras o que sufre dolores de cabeza por forzar la vista, se enfrenta a una barrera invisible que puede minar su confianza, generar frustración y, en los casos más graves, derivar en un fracaso escolar prematuro, la desigualdad económica se cierne aquí como un factor cruel, donde la corrección de un problema visual puede depender del presupuesto familiar, dejando a los más vulnerables en una situación de desventaja injusta y evitable. Abordar esta brecha no es solo una cuestión de sanidad, es un imperativo de justicia social y una inversión en la equidad educativa de nuestro país.
3MÁS ALLÁ DEL PRECIO: LA VISIÓN COMO PILAR ESENCIAL DEL BIENESTAR

El debate sobre el coste de la salud es recurrente en cualquier sociedad desarrollada, pero es crucial recordar que, si bien la salud tiene un coste innegable en recursos y personal, su valor es incalculable y no se puede medir en términos monetarios, especialmente cuando hablamos de la salud de los niños y su impacto en su futuro. Garantizar que un niño vea bien no es una cuestión de conveniencia, sino de garantizar un derecho fundamental, el de acceder al conocimiento y desarrollarse plenamente sin las limitaciones que impone una visión deficiente, una máxima que, aunque parezca obvia, no siempre se ha traducido en políticas públicas concretas hasta ahora, es como argumentar que el mantenimiento de las carreteras, esenciales para que circule cualquier coche
, tiene un coste, pero no tiene precio para la economía y la seguridad del país.
La apuesta por la universalidad de esta ayuda refuerza la visión de que el acceso a la salud visual esencial debe ser un pilar del Estado del Bienestar, al igual que lo es la atención médica o la educación. No se trata de una subvención para las familias con menos recursos, sino de una inversión en la salud y la educación de todos los niños, reconociendo que el problema de la visión puede afectar a cualquier menor, independientemente de la cuenta corriente de sus padres, y que su corrección beneficia al conjunto de la sociedad. La ministra de Sanidad lo expresó con contundencia: “Ver bien no es un privilegio, es un derecho”, y esta medida, al ser universal, abraza ese principio, asegurando que ningún niño tenga que esforzarse por ver la pizarra, ni tenga que depender del dinero que sus padres tengan disponible para acceder a unas gafas necesarias para su desarrollo educativo y personal.