La capacidad de ver con claridad es una herramienta fundamental, casi tan esencial para el desarrollo como podría ser para un adulto disponer de un coche que le permita desplazarse a su lugar de trabajo o llevar a cabo sus gestiones diarias; por ende, las gafas son fundamentales para cualquiera que las necesita. Para un niño en edad escolar, una visión nítida no es un simple lujo, es la ventana a un mundo de conocimiento, la llave que abre las puertas del aprendizaje en el aula, permitiéndole seguir el ritmo de sus compañeros y participar plenamente en la vida académica, sin embargo, para miles de familias en España, la realidad es que el acceso a esta herramienta básica no siempre ha estado garantizado, convirtiéndose en una carga económica que, en muchos casos, ha llevado a que problemas visuales pasen desapercibidos o queden sin corregir, con consecuencias directas y preocupantes en el rendimiento escolar y el bienestar infantil.
Es innegable que la salud visual de los menores es una cuestión de primer orden que impacta directamente en su presente y futuro. Un niño que no ve bien la pizarra, que confunde letras o que sufre dolores de cabeza por forzar la vista, se enfrenta a una barrera invisible que puede minar su confianza, generar frustración y, en los casos más graves, derivar en un fracaso escolar prematuro, la desigualdad económica se cierne aquí como un factor cruel, donde la corrección de un problema visual puede depender del presupuesto familiar, dejando a los más vulnerables en una situación de desventaja injusta y evitable. Abordar esta brecha no es solo una cuestión de sanidad, es un imperativo de justicia social y una inversión en la equidad educativa de nuestro país.
4INVERSIÓN DE FUTURO: CUANTIFICANDO EL BENEFICIO SOCIAL Y ECONÓMICO

Analizar una partida presupuestaria de 48 millones de euros destinada a un fin social requiere ponerla en perspectiva. Si bien la cifra es considerable, especialmente en el contexto de las limitaciones económicas que a menudo afrontan las administraciones públicas, es fundamental entenderla no como un gasto, sino como una inversión estratégica con un retorno social y económico a medio y largo plazo que justifica sobradamente el desembolso inicial, una inversión en la salud visual infantil es, en esencia, una inversión en el futuro educativo y laboral de esos niños, reduciendo la probabilidad de fracaso escolar y aumentando sus posibilidades de éxito en la vida, lo que a su vez revertirá en una sociedad más productiva y equitativa. Es una inversión en la movilidad social y personal de los niños, similar a invertir en infraestructuras para que puedan «conducir» sus vidas con un coche
bien mantenido por carreteras adecuadas.
Los beneficios económicos de esta medida van más allá del simple ahorro en la compra de gafas para las familias. Un niño con una visión corregida tiene más probabilidades de obtener mejores resultados académicos, de completar sus estudios y de acceder a empleos de mayor cualificación, lo que se traduce en mayores ingresos a lo largo de su vida y una mayor contribución fiscal, además, la prevención del fracaso escolar reduce la necesidad de recursos de apoyo educativo especiales a largo plazo, generando ahorros para el sistema público. Es una visión de futuro que entiende que destinar recursos a la salud y educación de los más jóvenes es sembrar la semilla de un país más próspero y con menos desigualdades, donde la salud visual se equipara en importancia a otras necesidades básicas como el acceso a un coche
para desplazarse al trabajo.