La costumbre de disfrutar de una taza de té, vista tradicionalmente como un pilar de bienestar y un refugio de calma en el ajetreo diario, es una imagen que se tambalea para muchos al descubrir ciertas verdades incómodas. Durante años, se ha asociado el acto de preparar esta infusión con un momento de relax casi terapéutico, una pausa que se consideraba no solo placentera sino también intrínsecamente saludable. Esta percepción, arraigada en la cultura popular y reforzada por incontables mensajes sobre las propiedades de las distintas variedades de té, ha guiado nuestras elecciones a la hora de llenar la despensa o pedir una bebida en cualquier cafetería.
Sin embargo, como suele ocurrir, las verdades que damos por sentadas a veces esconden matices inesperados y, en ocasiones, profundamente inquietantes. Lo que parecía un gesto inofensivo, un simple paso en una rutina de autocuidado o un recurso para mantenernos hidratados de forma sabrosa, ha revelado una cara oculta que choca frontalmente con la imagen idílica que habíamos construido. Hay datos, respaldados por investigaciones serias, que invitan a replantearse por completo el acto de consumir ciertas modalidades de té, poniendo en tela de juicio su aparente inocuidad y sugiriendo que algo tan cotidiano puede estar asociado a riesgos que nunca habríamos imaginado.
2DE QUÉ ESTÁN HECHAS REALMENTE LAS BOLSITAS DE TÉ QUE USAMOS

Durante mucho tiempo, la mayoría de los consumidores asumimos que las bolsitas de té estaban hechas exclusivamente de papel, un material natural y biodegradable que se descompondría sin dejar rastro. Esta creencia popular, aunque extendida, dista mucho de la realidad de la industria actual. Muchas de las bolsitas que encontramos en el mercado, especialmente aquellas con formas piramidales o texturas más resistentes que el papel tradicional, incorporan materiales plásticos para darles estructura, resistencia y permitir que mantengan su forma en el agua caliente.
Los polímeros más comunes que se han identificado en la composición de estas bolsitas incluyen el polipropileno (PP) y el tereftalato de polietileno (PET), los mismos plásticos que se usan en envases de alimentos, botellas o fibras textiles. Estos materiales, aunque seguros para otros usos a temperatura ambiente, reaccionan al contacto con el agua hirviendo de una manera que, hasta hace poco, no habíamos cuantificado con la precisión necesaria, liberando al líquido fragmentos microscópicos e incluso nanoscópicos de plástico que escapan a la simple vista y al paladar, pero no a los sofisticados métodos de análisis científico.