Hay algo más desagradable que abrir la puerta de la lavadora y que el temido olor a humedad invada toda la casa. Para quienes creen que basta con pulsar el botón de inicio y olvidarse, la palabra clave es lavadora, un electrodoméstico que requiere bastante más mimo del que se suele pensar. En realidad, esos gases malolientes no aparecen de la nada, tienen detrás descuidos habituales que, con el tiempo, convierten la colada en un tormento para el olfato y para la ropa.
Quienes ignoran estos mantenimientos básicos suelen sufrir las consecuencias en silencio, resignados a convivir con prendas recién lavadas que no huelen a limpio. La suciedad, los restos de detergente, y el moho encuentran un hogar perfecto en las zonas menos visibles de la lavadora, especialmente cuando no se cuida el filtro, el cajetín y el interior del tambor. Al final, todo suma para que esa fragancia desagradable acabe apoderándose hasta del cuarto de baño más impecable.
1EL FILTRO: EL GRAN OLVIDADO QUE SENTENCIA TU LAVADORA
Muchos ignoran que el filtro de la bomba, situado en la parte inferior de la lavadora, acumula toda la suciedad sólida y pelusas que caen en la ropa. Cuando pasan los meses y ese filtro no se revisa ni limpia, el hedor termina haciendo acto de presencia, convirtiendo cualquier intento de lavar prendas en un desafío a la paciencia. Es frecuente, además, que el rendimiento del propio aparato se degrade, alargando los ciclos y afectando hasta al consumo eléctrico.
El colmo llega cuando uno ve cómo el agua no desagua correctamente y la lavadora comienza a mostrar errores en pantalla o, directamente, deja la ropa empapada. Si se quita la tapa de la zona inferior, se accede al filtro y, con unos guantes, recoger toda la porquería acumulada puede ser un ejercicio revelador. No basta con vaciarlo y ponerlo de nuevo: un repaso con agua caliente y, si es necesario, con un cepillo fino, ayuda a que el filtro deje de ser un nido de suciedad y malos olores.