viernes, 6 junio 2025

La Policía advierte que la arraigada costumbre de ‘Tomar la Fresca’ tiene los días contados en España

Tomar la fresca ha sido, durante décadas, una de esas costumbres que definen el verano en los pueblos de España. Vecinas mayores que sacan sus sillas al caer la tarde, charlas entre risas en la acera, un ventilador improvisado con el abanico y la brisa como alivio frente al calor. Es un retrato que muchos consideran entrañable, incluso identitario, pero que hoy está en el centro de una inesperada polémica. En Santa Fe, Granada, la Policía Local ha advertido que esta práctica podría ser sancionada por ocupar la vía pública, recordando que, aunque tradicional, también debe respetar la normativa.

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El aviso policial, compartido en redes sociales con una foto típica de señoras sentadas al fresco, ha desatado un aluvión de reacciones. El mensaje pedía civismo y respeto, pero muchos ciudadanos han sentido que se está señalando injustamente una costumbre que representa comunidad, vecindad y vida de barrio. Tomar la fresca ya no es solo una cuestión de sillas en la acera; ahora es un asunto que divide opiniones y pone sobre la mesa un debate más amplio sobre espacio público y convivencia.

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‘Tomar la fresca’ se ha convertido en un hábito con historia y alma de barrio

Fuente: Pexels

Tomar la fresca no es una moda pasajera, sino una práctica profundamente arraigada en la vida rural y en los barrios más tradicionales de nuestras ciudades. Es un ritual que no solo combate el calor, sino que teje lazos entre vecinos, favorece la conversación cara a cara y proporciona compañía a muchas personas mayores que viven solas. Las calles, al caer la noche, se llenan de pequeñas tertulias improvisadas, donde se intercambian recetas, se comentan las noticias del día y se mantiene viva la memoria colectiva.

Eliminar o sancionar este tipo de costumbres puede interpretarse como una pérdida más de lo que hace únicos a muchos pueblos. No se trata de un acto de incivismo, sino de una forma de vida que, para muchos, forma parte de su identidad. Tomar la fresca no ocupa solo la vía pública, sino que también ocupa un espacio emocional y social que ningún reglamento debería borrar sin antes abrir un diálogo.

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