Tomar la fresca ha sido, durante décadas, una de esas costumbres que definen el verano en los pueblos de España. Vecinas mayores que sacan sus sillas al caer la tarde, charlas entre risas en la acera, un ventilador improvisado con el abanico y la brisa como alivio frente al calor. Es un retrato que muchos consideran entrañable, incluso identitario, pero que hoy está en el centro de una inesperada polémica. En Santa Fe, Granada, la Policía Local ha advertido que esta práctica podría ser sancionada por ocupar la vía pública, recordando que, aunque tradicional, también debe respetar la normativa.
El aviso policial, compartido en redes sociales con una foto típica de señoras sentadas al fresco, ha desatado un aluvión de reacciones. El mensaje pedía civismo y respeto, pero muchos ciudadanos han sentido que se está señalando injustamente una costumbre que representa comunidad, vecindad y vida de barrio. Tomar la fresca ya no es solo una cuestión de sillas en la acera; ahora es un asunto que divide opiniones y pone sobre la mesa un debate más amplio sobre espacio público y convivencia.
2La tensión entre las normas y las costumbres

Es evidente que la normativa sobre el uso del espacio público existe por una razón, y es que se hace necesario evitar molestias para algunos y poder garantizar la seguridad y permitir una convivencia ordenada. Pero el problema surge cuando esas normas chocan con prácticas tradicionales que llevan generaciones repitiéndose sin conflicto. ¿Dónde está el límite entre regulación y exceso? ¿Es coherente sancionar a quien decide tomar la fresca mientras se toleran otras ocupaciones más lucrativas del espacio urbano?
En este caso, muchos usuarios han señalado una aparente doble vara de medir. “Fuerte con los débiles, débil con los fuertes”, escribía un internauta en redes, en referencia a que mientras las terrazas comerciales crecen sin apenas restricciones, a las personas mayores que solo buscan una sombra donde charlar se les amenaza con multas. Tomar la fresca se ha convertido, sin quererlo, en un símbolo de esta tensión entre el día a día vecinal y una gestión del espacio público que muchos perciben como desigual.