Las croquetas son mucho más que una simple receta; son un viaje directo a la infancia, al calor del hogar y a la mesa de los domingos. Pocos platos tienen la capacidad de evocar con tanta nitidez la memoria de nuestras abuelas, de sus manos expertas moviendo la cuchara de palo en la sartén y del olor inconfundible que inundaba toda la casa. Conseguir replicar esa textura cremosa por dentro y ese crujiente perfecto por fuera parece a menudo una misión imposible, un secreto culinario guardado bajo siete llaves. Sin embargo, ese sabor no es inalcanzable, solo requiere conocer la técnica, los pequeños trucos y, sobre todo, el cariño que se ponía en cada paso del proceso.
Recuperar ese legado gastronómico es una forma de mantener viva la tradición y de compartir con los nuestros un pedazo de nuestra historia personal. La magia de unas buenas croquetas caseras reside en el equilibrio de sus componentes, desde una bechamel sedosa y bien ligada hasta un rebozado que aguante la fritura sin romperse. Prepararlas es un acto de paciencia y de amor que se ve recompensado con creces en el primer bocado, ese momento en que cerramos los ojos y, por un instante, volvemos a ser niños en la cocina de la abuela. A continuación, desvelamos todos los secretos para que tus croquetas queden exactamente igual de cremosas y deliciosas que las que guardas en el recuerdo.
2EL ALMA DE LA FIESTA: DOMINANDO LA BECHAMEL SIN UN SOLO GRUMO

Llegamos al corazón del asunto, la prueba de fuego para cualquier aspirante a maestro croquetero: la bechamel. El pánico a los grumos ha frustrado más intentos de los que podemos contar, pero el secreto es más sencillo de lo que parece. Todo comienza con el «roux», la mezcla de mantequilla y harina. En una buena sartén, derretimos la mantequilla a fuego bajo y añadimos la cebolla finamente picada, pochándola hasta que esté transparente, sin que llegue a dorarse. En ese momento, incorporamos la harina y la cocinamos durante un par de minutos sin dejar de remover, un paso vital que elimina el sabor a harina cruda. En esta fase, el secreto para una bechamel sin un solo grumo reside en la paciencia y el control del fuego, tostando la harina lo justo para que aporte sabor pero no amargor.
Una vez que el roux está listo, llega el momento de incorporar la leche, que debe estar tibia o a temperatura ambiente para evitar un choque térmico brusco. El truco es añadirla muy poco a poco al principio, casi hilo a hilo, sin dejar de remover enérgicamente con unas varillas. A medida que la mezcla vaya absorbiendo el líquido y espesando, podemos añadir la leche en cantidades mayores. La cocción debe prolongarse durante al menos veinte minutos a fuego suave, removiendo constantemente para que no se pegue. Sabremos que nuestra bechamel para las croquetas está perfecta cuando al pasar la cuchara se forme un surco limpio en el fondo de la sartén, una crema que se despega de las paredes de la sartén al moverla con la cuchara, y que tenga una textura densa pero a la vez increíblemente sedosa.