Probablemente te estás duchando mal cada mañana, y ni siquiera eres consciente de ello. Ese ritual diario, concebido como un acto de higiene y bienestar, podría ser la causa principal de esa sequedad, tirantez o incluso los picores que sufre tu piel. Lo que consideramos un momento de placer y limpieza se convierte en una agresión constante cuando no prestamos atención a dos factores cruciales que casi todos pasamos por alto, el agua demasiado caliente y ciertos jabones agresivos están saboteando silenciosamente la salud de tu piel. Se trata de un error tan común y arraigado en nuestras costumbres que lo hemos normalizado, sin percatarnos del daño acumulativo que genera en nuestra barrera cutánea.
Esta agresión cotidiana deja señales inequívocas que a menudo malinterpretamos. La necesidad imperiosa de aplicar crema hidratante justo al salir de la ducha no es un capricho, sino un chivato de que algo no va bien. Creemos que la piel queda «rechinante» de limpia, cuando en realidad está pidiendo auxilio a gritos. La clave para entender este fenómeno reside en comprender cómo estos hábitos afectan a la estructura más externa de nuestra epidermis, esta sensación de tirantez no es un signo de limpieza, sino una llamada de auxilio de tu epidermis. Desvelar este mecanismo es el primer paso para transformar por completo nuestra rutina y empezar a cuidar de verdad el órgano más grande de nuestro cuerpo.
4MANUAL DE LA DUCHA PERFECTA: TEMPERATURA, TIEMPO Y TÉCNICA

Corregir los errores y dejar de ducharse mal es más sencillo de lo que parece y se basa en tres pilares fundamentales: la temperatura del agua, la duración de la ducha y la técnica de aplicación del jabón y secado. La temperatura ideal del agua debe ser tibia, nunca caliente. Una buena referencia es que se sienta agradable al tacto, en torno a los 30-35 grados centígrados, una temperatura que limpia eficazmente sin resultar agresiva para los lípidos cutáneos. Puede que al principio eches de menos el vapor, pero tu piel te agradecerá enormemente este pequeño cambio, mostrándose más calmada, hidratada y confortable desde el primer día. Este ajuste es, sin duda, el paso más importante para empezar a cuidar tu piel correctamente.
El tiempo bajo el agua también es crucial. Las duchas largas, por muy placenteras que sean, prolongan la exposición de la piel a los agentes que la debilitan. Lo recomendable es que la ducha no exceda los diez minutos, tiempo más que suficiente para una higiene completa. En cuanto a la técnica, no es necesario enjabonar todo el cuerpo con la misma intensidad. Debemos centrarnos en las zonas que más sudor y bacterias acumulan, como las axilas, los pies, las ingles y los genitales. Para el resto del cuerpo, el simple arrastre del agua y la espuma residual es más que suficiente para mantener una correcta higiene sin agresiones innecesarias. Finalmente, el secado debe hacerse a toques suaves con la toalla, sin frotar, para evitar la fricción en una piel que ya está sensibilizada.