La piel es el reflejo más inmediato de lo que ocurre dentro del cuerpo. Cuando aparecen granos, enrojecimientos o sequedad extrema, tendemos a buscar soluciones en cremas, limpiadores o tratamientos cosméticos, sin detenernos a pensar si el problema está en el plato y no en el baño. Lo cierto es que, cada vez más, dermatólogos y nutricionistas coinciden en que muchos problemas cutáneos tienen su origen en la alimentación.
Y hay un culpable silencioso que se cuela en el desayuno, el café, los snacks y hasta en productos que parecen saludables: el azúcar. No es ninguna novedad que el consumo excesivo de azúcar afecta a la salud general, pero sus efectos en la piel pueden ser tan directos como devastadores. Si estás lidiando con brotes constantes, inflamaciones o un envejecimiento prematuro, quizás sea hora de revisar lo que comes, especialmente ese alimento que parece inofensivo por estar tan presente.
1La piel y su lucha silenciosa contra el azúcar

La piel reacciona de forma inmediata a los picos de glucosa en sangre. Cuando consumimos azúcar, el cuerpo genera una respuesta inflamatoria que puede traducirse en brotes de acné, sobre todo en personas predispuestas. Este proceso también afecta la producción de sebo, obstruyendo los poros y creando el ambiente ideal para bacterias.
Además, el azúcar favorece la glicación, un fenómeno mediante el cual las moléculas de azúcar se adhieren a las fibras de colágeno y elastina, debilitándolas. El resultado es una piel menos firme, con más arrugas y pérdida de luminosidad. Por mucho que inviertas en cremas antiedad, si el azúcar sigue presente en exceso, los efectos serán limitados.