viernes, 20 junio 2025

Julio Alonso Ortega: «Teherán no puede costearse un cierre de Ormuz»

Irán conoce el valor de cada barril. El bombardeo israelí del 13 de junio contra instalaciones militares iraníes catapultó el Brent hasta 78,5 dólares y lo dejó finalmente en 74,23, un salto del 7 % en una sola sesión que recordó la rapidez con que el mercado petrolero ajusta su prima de riesgo en cuanto huele pólvora en el golfo Pérsico.

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Ese reflejo convive con una aritmética fiscal delicada. Teherán coloca hoy unos dos millones de barriles diarios; sin ese flujo, un presupuesto ya tensionado por una inflación del 45 % se quedaría sin oxígeno. «Irán no puede permitirse perder esos ingresos; su margen fiscal es mínimo», resume el economista canario Julio Alonso Ortega.

Un cuarto del crudo mundial atraviesa el estrecho de Ormuz, un cuello de botella de apenas 34 kilómetros que la Guardia Revolucionaria amenaza de forma cíclica con cerrar. JP Morgan calcula que un bloqueo total llevaría el Brent a 120-130 dólares. Otros bancos comparten el rango, pero rebajan la probabilidad: clausurar Ormuz sería, en palabras de Alonso, «pegarse un tiro en el pie».

La amenaza, por tanto, vale más como palanca diplomática que como opción real. El 90 % del petróleo iraní zarpa desde la terminal de Jarg, lejos de la línea de fuego; atacarla implicaría una escalada directa que ni Israel ni sus vecinos árabes desean. El gesto sirve; la ejecución, no.

La OPEP+ mantiene unos tres millones de barriles diarios de capacidad ociosa, concentrados en Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. Desplegar ese colchón compensaría solo en parte un corte iraní, siempre que la logística responda y la diplomacia no entorpezca. Al otro lado del Atlántico, la Casa Blanca vigila con menos margen: tras las ventas de 2024, su reserva estratégica está un 17 % por debajo de la media histórica.

Mientras tanto, la Agencia Internacional de la Energía prevé para 2025 un aumento moderado de la demanda —740.000 barriles diarios— y anticipa inventarios holgados si la OPEP+ suaviza sus recortes. Esa perspectiva limita el recorrido alcista salvo que medie un daño físico a la oferta.

El incentivo de Teherán apunta en dirección contraria al choque. Cada dólar adicional en el Brent añade unos dos millones de dólares diarios a la caja iraní. Mantener abiertos los embarques —con descuentos y triangulaciones— rinde más que una represalia que desencadene sanciones totales.

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El encarecimiento no se limita al barril. El seguro de guerra para petroleros que cruzan Ormuz también se ha multiplicado notablemente. Esa factura se cuela en los fletes y llega al surtidor antes incluso de que el crudo cambie de manos.

El precedente de 2019 —varios buques dañados con minas lapa— sigue fresco: entonces el Brent subió un 10 % en dos semanas y la prima de seguro se multiplicó por cinco. Basta un incidente grave para reactivar esa memoria y trasladar el sobresalto al consumidor.

También pesa la diplomacia nuclear. El diálogo entre Washington y Teherán está en punto muerto, de modo que Irán carece de la zanahoria que supondría un alivio sancionador. Cada vez que la vía política se atasca, la retórica militar sube un grado… pero el Gobierno persa sabe que un colapso interno reduciría su margen de maniobra.

Entonces, ¿cuál es la hoja de ruta? «Con incidentes menores, el Brent puede estabilizarse en torno a 80 dólares. Superar los 100 exigiría, al menos, inutilizar Jarg o entorpecer de forma continuada el paso de petroleros saudíes y kuwaitíes. El salto a 120 sólo tendría sentido si hay un corte físico prolongado —un bloqueo total de Ormuz o ataques sucesivos a infraestructuras— que hoy ningún actor regional está dispuesto a digerir», responde Julio Alonso Ortega.

La aritmética pesa más que la pólvora. Por ahora, Teherán calibra sus gestos: amenaza sin cruzar la línea roja, modula el discurso y deja que el mercado haga el resto. Las alarmas suenan, pero el chasquido de la calculadora sigue mandando.

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