Tu freidora de aire se ha convertido, casi sin darnos cuenta, en una aliada indispensable en muchas cocinas españolas, prometiendo platos crujientes con mucha menos grasa que las frituras tradicionales. Este electrodoméstico, que funciona más como un pequeño horno de convección de alta potencia, ha revolucionado la forma en que preparamos desde patatas hasta alitas de pollo. Sin embargo, detrás de esa fachada de modernidad y cocina saludable, se esconde un secreto a voces, o más bien, un rincón oscuro que muchos usuarios pasan por alto y que puede albergar una cantidad sorprendente de suciedad acumulada.
Esa grasa invisible, esa mugre que no salta a la vista en la limpieza rutinaria de la cesta y la cubeta, puede estar convirtiendo tu eficiente aparato en una fuente de problemas, desde malos olores que impregnan tus comidas hasta un deterioro prematuro del dispositivo e incluso, en casos extremos, un riesgo real de incendio. Ignorar este rincón olvidado no solo compromete la higiene y el sabor de tus elaboraciones, sino también la seguridad de tu hogar. Es hora de enfrentarse a esa suciedad oculta y devolverle a tu freidora su esplendor y funcionalidad óptimos.
2MANOS A LA OBRA: PREPARATIVOS ESENCIALES ANTES DE LA BATALLA CONTRA LA MUGRE

Antes de lanzarte a frotar como si no hubiera un mañana, la seguridad es lo primero e innegociable cuando vas a limpiar cualquier aparato eléctrico, y tu freidora de aire no es una excepción, asegúrate de que está completamente desenchufada de la corriente eléctrica para evitar cualquier riesgo de descarga. Además, es crucial que el aparato se haya enfriado por completo, especialmente la zona de la resistencia, para prevenir quemaduras accidentales. La paciencia en este paso previo es una virtud que te ahorrará sustos innecesarios.
Una vez garantizada la seguridad, reúne tu arsenal de limpieza, pero olvídate de productos químicos agresivos o estropajos metálicos que puedan dañar las superficies de tu freidora de aire, opta por paños de microfibra suaves, un cepillo de dientes viejo o un cepillo de cerdas suaves para los recovecos, y una mezcla de agua tibia con un poco de jabón lavavajillas o una solución de vinagre blanco diluido. Algunas personas también encuentran útil una pasta hecha con bicarbonato de sodio y agua para las manchas más incrustadas, siempre aplicándola con cuidado.