jueves, 26 junio 2025

Deja de tomar café nada más levantarte: un neurocientífico explica por qué es el peor momento del día y cuándo hacerlo para un efecto máximo

Mira, después de tantos años en esto, uno aprende que hasta los hábitos más sencillos pueden esconder una ciencia que nos pasa desapercibida. Tomarse un café nada más levantarse es, para muchos, un ritual intocable, el pistoletazo de salida del día que promete espabilarte y ponerte en marcha, ese primer sorbo que te dice «ahora sí, estoy listo para lo que venga». Pero, ¿y si te dijera que ese gesto tan arraigado, ese acto casi reflejo antes de que el cerebro termine de encenderse del todo, podría ser, según los que saben de verdad, precisamente el peor momento para buscar el estímulo que buscas? La ciencia del rendimiento y la cronobiología tienen algo importante que decir al respecto, y no es precisamente lo que la mayoría quiere oír al amanecer.

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Este hábito extendido por toda España y buena parte del mundo, beber café como si fuera el despertador líquido infalible, se enfrenta a las explicaciones de neurocientíficos que estudian cómo funcionan realmente nuestros ritmos internos y cómo sustancias como la cafeína interactúan con ellos. No se trata de demonizar la bebida, ni mucho menos, sus virtudes están más que probadas, sino de entender que nuestro cuerpo tiene su propia ‘agenda’ bioquímica al empezar el día, una agenda que, si la ignoramos o la boicoteamos sin querer con el momento exacto en que ingerimos esa taza humeante, podría estar haciendo que su efecto sea menos potente de lo que esperas, o incluso contraproducente a largo plazo. La clave está en el cortisol, una hormona con la que convivimos a diario y que tiene mucho que decir en esta historia mañanera que tantos protagonizan sin ser conscientes de su guion interno.

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EL PRIMER SORBO MATUTINO, ¿UN HÁBITO MALDITO?

Fuente: Freepik

La estampa es universal: suena el despertador, la persiana se levanta o sigue bajada en la penumbra, y el primer destino es la cocina, directo a la cafetera. Es un acto casi inconsciente, la búsqueda inmediata de esa chispa que te saque del estado de duermevela y te lance a las obligaciones del día, creyendo firmemente que sin ese primer impacto de cafeína, el cerebro no terminará de arrancar y el cuerpo se quedará anclado a la pereza residual de la noche. Esta arraigada costumbre se ha transmitido de generación en generación, convirtiéndose en sinónimo de ‘empezar el día’, hasta el punto de que la simple idea de posponerlo suena a sacrilegio o a un experimento de resistencia insoportable para la gran mayoría de las personas que dependen de su dosis diaria de café.

Sin embargo, detrás de este ritual tan extendido, hay una realidad biológica que choca de frente con la creencia popular del café como primer auxilio al despertar. Nuestro cuerpo, una máquina asombrosamente compleja y sincronizada, tiene sus propios mecanismos naturales para promover la alerta y la vigilia en las primeras horas del día, un sistema interno que funciona con precisión si no lo interrumpimos o, peor aún, lo solapamos de forma innecesaria con estímulos externos potentes como el de la cafeína contenida en el café. Es aquí donde entra en juego el papel crucial de una hormona que orquesta buena parte de nuestra respuesta al estrés y nuestros ciclos de actividad: el cortisol, un actor principal en la obra matutina de nuestro despertar natural.

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