Mira, después de tantos años en esto, uno aprende que hasta los hábitos más sencillos pueden esconder una ciencia que nos pasa desapercibida. Tomarse un café nada más levantarse es, para muchos, un ritual intocable, el pistoletazo de salida del día que promete espabilarte y ponerte en marcha, ese primer sorbo que te dice «ahora sí, estoy listo para lo que venga». Pero, ¿y si te dijera que ese gesto tan arraigado, ese acto casi reflejo antes de que el cerebro termine de encenderse del todo, podría ser, según los que saben de verdad, precisamente el peor momento para buscar el estímulo que buscas? La ciencia del rendimiento y la cronobiología tienen algo importante que decir al respecto, y no es precisamente lo que la mayoría quiere oír al amanecer.
Este hábito extendido por toda España y buena parte del mundo, beber café como si fuera el despertador líquido infalible, se enfrenta a las explicaciones de neurocientíficos que estudian cómo funcionan realmente nuestros ritmos internos y cómo sustancias como la cafeína interactúan con ellos. No se trata de demonizar la bebida, ni mucho menos, sus virtudes están más que probadas, sino de entender que nuestro cuerpo tiene su propia ‘agenda’ bioquímica al empezar el día, una agenda que, si la ignoramos o la boicoteamos sin querer con el momento exacto en que ingerimos esa taza humeante, podría estar haciendo que su efecto sea menos potente de lo que esperas, o incluso contraproducente a largo plazo. La clave está en el cortisol, una hormona con la que convivimos a diario y que tiene mucho que decir en esta historia mañanera que tantos protagonizan sin ser conscientes de su guion interno.
3¿POR QUÉ TU CAFÉ YA NO TE ESPABILA IGUAL? LA TRAMPA OCULTA

El organismo humano es increíblemente adaptable y, si repetimos una acción que interfiere con sus procesos naturales de forma constante, buscará la manera de ajustarse. Al exponer tu cuerpo a una dosis significativa de cafeína justo cuando sus niveles de cortisol están en su punto más alto de forma natural, le estás enseñando, inadvertidamente, a depender de ese estímulo externo para alcanzar el estado de alerta que debería conseguir por sí solo con el pico de cortisol. Con el tiempo, esto puede llevar a que el propio cuerpo reduzca ligeramente su producción natural de cortisol en las mañanas, anticipando la llegada del estímulo de la cafeína para lograr el nivel de activación necesario.
Esta adaptación del cuerpo, esta respuesta a la interferencia externa, es uno de los principales mecanismos detrás del desarrollo de la tolerancia a la cafeína. Lo que antes te proporcionaba un buen chute de energía y concentración, ahora requiere una dosis mayor de café para conseguir un efecto similar, o simplemente te ayuda a sentirte «normal», en lugar de darte un impulso real. Te vuelves dependiente no ya de la cafeína para un extra de rendimiento, sino para suplir la función que tu propio cortisol matutino debería estar haciendo de forma más eficiente si no lo hubieras ‘interferido’ con el estímulo externo en su momento de máxima actividad natural. Es una trampa sutil pero efectiva que reduce la eficacia del café.