Las micotoxinas son unas sustancias de las que quizás haya oído hablar de pasada, casi siempre asociadas a problemas puntuales o noticias alarmantes sobre lotes de alimentos retirados del mercado. Sin embargo, lo que muchos desconocen es que estos compuestos tóxicos, producidos por ciertos tipos de moho, pueden estar presentes de forma insidiosa en productos tan cotidianos como el café que nos despierta por la mañana o los cereales con los que empezamos el día, y la ciencia empieza a señalar una conexión preocupante entre su ingesta crónica y síntomas que nos roban la energía. No hablamos de algo abstracto, sino de un problema real que afecta a nuestra despensa y, posiblemente, a nuestro bienestar diario.
Este moho invisible, el mismo que a veces vemos crecer en frutas olvidadas o en pan rancio, tiene una cara mucho más peligrosa cuando sus subproductos tóxicos, las micotoxinas, se infiltran en la cadena alimentaria. Diversos estudios, cada vez más sólidos, apuntan a que la exposición a niveles bajos pero constantes de estas toxinas podría estar detrás de la sensación persistente de cansancio, esa fatiga que no se va con el descanso y que, en algunos casos, se relaciona con cuadros de fatiga crónica. La ciencia investiga con rigor si ese bajón que sentimos, esa falta de chispa habitual, podría tener una causa oculta en lo que comemos, algo que hasta hace poco apenas se consideraba.
2FATIGA CRÓNICA Y PLATOS COTIDIANOS: LA SOSPECHA QUE CRECE

La conexión entre la exposición a micotoxinas y la fatiga crónica es un campo de investigación relativamente joven, pero que gana terreno rápidamente. Durante años, la fatiga crónica ha sido un síndrome difícil de diagnosticar y tratar, con causas a menudo esquivas. Sin embargo, la evidencia acumulada sugiere que factores ambientales, incluida la dieta, podrían desempeñar un papel significativo en su aparición y persistencia.
Varios estudios observacionales han encontrado una mayor prevalencia de ciertas micotoxinas en la orina o sangre de pacientes con fatiga crónica en comparación con grupos de control sanos. Aunque la correlación no implica causalidad directa y se necesita más investigación para establecer un vínculo definitivo, la hipótesis de que la exposición crónica a estas toxinas, incluso a dosis bajas, puede sobrecargar los sistemas de desintoxicación del cuerpo y afectar la función mitocondrial (la «central energética» de nuestras células) es plausible y preocupa a los científicos. Es posible que esa sensación de agotamiento constante, esa «niebla cerebral» que a veces acompaña a la fatiga, esté silenciosamente influenciada por compuestos que ingerimos sin saberlo.