Las micotoxinas son unas sustancias de las que quizás haya oído hablar de pasada, casi siempre asociadas a problemas puntuales o noticias alarmantes sobre lotes de alimentos retirados del mercado. Sin embargo, lo que muchos desconocen es que estos compuestos tóxicos, producidos por ciertos tipos de moho, pueden estar presentes de forma insidiosa en productos tan cotidianos como el café que nos despierta por la mañana o los cereales con los que empezamos el día, y la ciencia empieza a señalar una conexión preocupante entre su ingesta crónica y síntomas que nos roban la energía. No hablamos de algo abstracto, sino de un problema real que afecta a nuestra despensa y, posiblemente, a nuestro bienestar diario.
Este moho invisible, el mismo que a veces vemos crecer en frutas olvidadas o en pan rancio, tiene una cara mucho más peligrosa cuando sus subproductos tóxicos, las micotoxinas, se infiltran en la cadena alimentaria. Diversos estudios, cada vez más sólidos, apuntan a que la exposición a niveles bajos pero constantes de estas toxinas podría estar detrás de la sensación persistente de cansancio, esa fatiga que no se va con el descanso y que, en algunos casos, se relaciona con cuadros de fatiga crónica. La ciencia investiga con rigor si ese bajón que sentimos, esa falta de chispa habitual, podría tener una causa oculta en lo que comemos, algo que hasta hace poco apenas se consideraba.
5EL ROMPECABEZAS DE LA EXPOSICIÓN DIARIA Y CÓMO NAVEGARLO
La complejidad de las micotoxinas radica en que la exposición suele ser múltiple y a bajas dosis a través de distintos alimentos. No es habitual (o no debería serlo con los controles actuales) encontrar niveles altísimos de una sola toxina en un solo producto que cause una intoxicación aguda evidente. El problema, y lo que la investigación actual señala, es la exposición crónica y acumulativa a lo largo del tiempo, a través de diversas fuentes, lo que podría tener efectos insidiosos en la salud a largo plazo, incluida esa fatiga que mencionamos.
Como consumidores, identificar la presencia de micotoxinas es prácticamente imposible a simple vista, ya que no alteran significativamente el sabor u olor en niveles bajos. La confianza en las regulaciones, los controles de calidad de las empresas y las buenas prácticas de almacenamiento en casa son nuestras principales herramientas. Optar por marcas reputadas que se sabe que invierten en control de calidad, comprar productos envasados en lugar de a granel si no se tiene seguridad de su origen y almacenamiento, y guardar cereales, café y frutos secos en recipientes herméticos, en lugares frescos y secos, lejos de la luz y la humedad, son pasos sensatos que podemos dar en nuestro día a día. La lucha contra estas micotoxinas invisibles es un esfuerzo conjunto, desde el campo hasta nuestra taza o bol del desayuno.