jueves, 19 junio 2025

No es el azúcar, es su ‘hijo secreto’ el que está inflamando tu cuerpo sin que te des cuenta

La forma en que nuestros cuerpos reaccionan a lo que comemos es un tema que, a pesar de la cantidad de información disponible, sigue siendo un misterio para muchos, especialmente cuando hablamos de procesos internos que nos están inflamando sin darnos apenas cuenta. Pensamos en el azúcar de mesa, en las grasas saturadas, quizás en el alcohol, como los villanos principales de nuestra dieta moderna, los que están detrás de ese malestar sutil o esos kilos de más que se resisten a marcharse. Sin embargo, la realidad es más compleja, y a menudo, el daño mayor viene de compuestos que se esconden a plena vista, disfrazados bajo nombres que no alertan de su potencial destructivo.

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Hay un actor secundario en esta película de la dieta contemporánea, un «hijo secreto» del azúcar que ha colonizado sigilosamente estanterías y despensas, y que podría ser el responsable silencioso de una respuesta inflamatoria sistémica persistente en nuestro organismo. Su omnipresencia en productos que consumimos a diario, desde refrescos hasta salsas, pasando por bollería y yogures, lo convierte en un enemigo difícil de esquivar, un ingrediente barato y versátil que la industria adora pero cuyo impacto a largo plazo sobre nuestra salud metabólica y general apenas empezamos a comprender en toda su magnitud.

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METABOLISMO PARTICULAR: CUANDO EL HÍGADO SE CONVIERTE EN LA CENTRAL DE PROCESAMIENTO CRÍTICA

Fuente: Pexels

La principal diferencia radica en cómo se gestiona la fructosa. A diferencia de la glucosa, que estimula la liberación de insulina, la fructosa entra en las células del hígado de manera más directa, sin necesidad de insulina para su transporte. Una vez dentro, el hígado la procesa rápidamente, y si no se necesita energía de inmediato, la fructosa se convierte eficientemente en triglicéridos, un tipo de grasa que puede almacenarse en el propio hígado o ser liberada al torrente sanguíneo, elevando los niveles de grasas en sangre.

Esta conversión acelerada en grasa, que no ocurre con la glucosa de la misma manera cuando se consume en exceso, es uno de los puntos críticos del JMAF. Esta acumulación de grasa en el hígado, conocida como hígado graso no alcohólico, es una condición cada vez más común y un factor de riesgo para desarrollar resistencia a la insulina, diabetes tipo 2 y otras enfermedades metabólicas, marcadores claros de un sistema que empieza a funcionar mal bajo la carga de este edulcorante, generando un ambiente propicio para el estado de inflamación.

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