La forma en que nuestros cuerpos reaccionan a lo que comemos es un tema que, a pesar de la cantidad de información disponible, sigue siendo un misterio para muchos, especialmente cuando hablamos de procesos internos que nos están inflamando sin darnos apenas cuenta. Pensamos en el azúcar de mesa, en las grasas saturadas, quizás en el alcohol, como los villanos principales de nuestra dieta moderna, los que están detrás de ese malestar sutil o esos kilos de más que se resisten a marcharse. Sin embargo, la realidad es más compleja, y a menudo, el daño mayor viene de compuestos que se esconden a plena vista, disfrazados bajo nombres que no alertan de su potencial destructivo.
Hay un actor secundario en esta película de la dieta contemporánea, un «hijo secreto» del azúcar que ha colonizado sigilosamente estanterías y despensas, y que podría ser el responsable silencioso de una respuesta inflamatoria sistémica persistente en nuestro organismo. Su omnipresencia en productos que consumimos a diario, desde refrescos hasta salsas, pasando por bollería y yogures, lo convierte en un enemigo difícil de esquivar, un ingrediente barato y versátil que la industria adora pero cuyo impacto a largo plazo sobre nuestra salud metabólica y general apenas empezamos a comprender en toda su magnitud.
4IMPACTO EN LA SALUD A LARGO PLAZO: MÁS ALLÁ DEL PESO

El estado de inflamación crónica de bajo grado, sostenido en el tiempo por hábitos dietéticos que incluyen un alto consumo de JMAF, no es solo un concepto teórico; se manifiesta en un mayor riesgo de desarrollar una serie de patologías graves que van más allá del simple aumento de peso. Estamos hablando de un vínculo claro con la resistencia a la insulina y la diabetes tipo 2, ya mencionadas, pero también con enfermedades cardiovasculares, ya que la disfunción metabólica afecta a los lípidos en sangre y a la función vascular, incrementando la probabilidad de problemas cardíacos y accidentes cerebrovasculares a medida que pasa el tiempo y el daño se acumula sin freno en el organismo.
Incluso se ha investigado su posible papel en el desarrollo de ciertos tipos de cáncer, al crear un entorno inflamatorio y dismetabólico que puede favorecer el crecimiento tumoral, y en enfermedades neurodegenerativas, aunque la evidencia en estos campos aún se está consolidando. Lo alarmante es que, debido a su presencia ubicua en la dieta moderna, muchas personas están expuestas de forma crónica a este edulcorante, **lo que podría estar *inflamando* silenciosamente sus sistemas durante años** antes de que aparezcan los síntomas evidentes de enfermedad, haciendo que el daño sea más difícil de revertir una vez detectado.