El flan de huevo es uno de esos postres que evocan la cocina de siempre, los domingos en familia o las tardes en casa de la abuela. Un clásico humilde en apariencia, pero con el potencial de convertirse en una auténtica delicia si se le presta la atención debida. Sin embargo, ¿cuántas veces nos hemos encontrado con un flan correcto, sí, pero lejos de la perfección sedosa y el sabor profundo que uno espera encontrar en un establecimiento de alta cocina? Hay un abismo entre el postre aceptable y aquel que arranca un suspiro de placer.
Esa búsqueda de la excelencia es lo que lleva a los cocineros, tanto profesionales como aficionados, a experimentar, a probar pequeñas variaciones que, a priori, podrían parecer insignificantes. Lo cierto es que, en la repostería, a menudo los detalles más sutiles son los que marcan la diferencia entre lo bueno y lo memorable. Existe un truco inesperado, centrado en el elemento más básico, pero crucial: el caramelo, que tiene la capacidad de transformar por completo la experiencia de degustar este postre tradicional, dotándolo de una complejidad y un brillo que lo hacen digno de los paladares más exigentes.
2EL CARAMELO: DE SIMPLE CAPA DULCE A FUNDAMENTO DEL SABOR

El caramelo es, para muchos, un mero adorno o un vehículo para desmoldar el flan con facilidad, una capa dulce y pegajosa que recubre la base del postre. Se suele hacer calentando azúcar, a veces con un poco de agua o unas gotas de limón para evitar que cristalice, hasta que adquiere un color dorado o ámbar oscuro. Su función principal parece ser la de aportar dulzor concentrado y una ligera nota tostada, que contrasta con la cremosidad del flan.
Sin embargo, considerar el caramelo solo como un complemento es subestimar su potencial. En realidad, es la primera impresión de sabor que uno tiene al probar el flan, y su calidad influye decisivamente en la percepción global del postre. Un buen caramelo debe ser fluido tras el horneado, con un sabor rico y complejo que vaya más allá del simple dulzor quemado. ese delicado equilibrio entre el amargor ligero del azúcar tostado y la dulzura residual es lo que prepara el paladar para el bocado principal, la sedosa crema del flan de huevo, creando una sinergia fundamental para una experiencia gastronómica superior. La manera en que se prepara este caramelo es el punto de partida para el truco que estamos desvelando.