El flan de huevo es uno de esos postres que evocan la cocina de siempre, los domingos en familia o las tardes en casa de la abuela. Un clásico humilde en apariencia, pero con el potencial de convertirse en una auténtica delicia si se le presta la atención debida. Sin embargo, ¿cuántas veces nos hemos encontrado con un flan correcto, sí, pero lejos de la perfección sedosa y el sabor profundo que uno espera encontrar en un establecimiento de alta cocina? Hay un abismo entre el postre aceptable y aquel que arranca un suspiro de placer.
Esa búsqueda de la excelencia es lo que lleva a los cocineros, tanto profesionales como aficionados, a experimentar, a probar pequeñas variaciones que, a priori, podrían parecer insignificantes. Lo cierto es que, en la repostería, a menudo los detalles más sutiles son los que marcan la diferencia entre lo bueno y lo memorable. Existe un truco inesperado, centrado en el elemento más básico, pero crucial: el caramelo, que tiene la capacidad de transformar por completo la experiencia de degustar este postre tradicional, dotándolo de una complejidad y un brillo que lo hacen digno de los paladares más exigentes.
5LA TEXTURA Y EL SABOR FINAL: POR QUÉ PARECE DE LUJO

El resultado de aplicar este sencillo truco es un flan de huevo que se distingue inmediatamente. Visualmente, el caramelo salado puede tener un brillo ligeramente diferente, pero es en el paladar donde reside la verdadera transformación. Al probar la primera cucharada, la capa de caramelo no abruma con un dulzor empalagoso; en cambio, ofrece una riqueza compleja, con notas tostadas potenciadas y un sutil toque salino que limpia el paladar y abre la puerta a los sabores delicados de la crema.
La textura del caramelo, una vez que el flan ha reposado y está frío, también se beneficia; tiende a ser más melosa y menos propensa a romperse en trozos duros al contacto con la cuchara, integrándose mejor con la suavidad de la crema. Y la crema misma, el alma del flan de huevo, se percibe más vibrante y con sus matices lácteos y de huevo más definidos, no enmascarados por el dulzor excesivo. esta armonía entre la cremosidad de la base y la complejidad del caramelo salado crea una experiencia gustativa mucho más refinada y memorable, una versión del flan de huevo que nada tiene que envidiar a las elaboraciones de los chefs más reputados, demostrando que a veces, el secreto del lujo está en un detalle tan accesible como una pizca de sal bien utilizada en el lugar adecuado.