lunes, 30 junio 2025

La siesta perfecta existe y tiene una duración exacta: la fórmula de la NASA para recargar tu cerebro sin sentirte aturdido

El bajón de energía que suele golpearnos tras la comida es casi un rito de paso en la jornada, un enemigo invisible que acecha con la promesa de descanso pero a menudo deja una sensación de derrota. Es ese momento en que los párpados pesan, la concentración se desmorona y la única solución que parece viable es echar una cabezadita, una siesta que, si no se maneja con astucia, puede convertirse en una trampa. Todos hemos experimentado esa tentación irrefrenable de cerrar los ojos, buscando un alivio rápido a la fatiga que nubla el pensamiento y ralentiza cada movimiento.

Publicidad

Lo frustrante viene después, ese despertar aturdido, como si el cerebro estuviera cubierto por una densa niebla que tarda en disiparse, un estado peor que el cansancio original. Esa sensación de «resaca de siesta» es lo que ha dado mala fama a un hábito que, bien aplicado, puede ser una herramienta potentísima para revitalizar cuerpo y mente. Pero, ¿cuál es el secreto para evitar esa pesadez y levantarse como nuevo, listo para afrontar la tarde con renovada energía?

5
LA NEUROCIENCIA EXPLICA EL PODER DE LA PAUSA CORTA

YouTube video

La razón por la que una siesta de 20 a 26 minutos es tan efectiva radica en cómo interactúa con los ciclos naturales del sueño humano. Cuando empezamos a dormir, pasamos por diferentes etapas: primero el sueño ligero, luego el sueño profundo y finalmente la fase REM (movimiento rápido de ojos). Un ciclo completo dura aproximadamente 90 minutos, y la inercia del sueño, esa sensación de aturdimiento, aparece precisamente cuando nos despiertan durante la fase de sueño profundo. Mantener la siesta dentro del rango de 20 a 26 minutos asegura que permanezcamos en las etapas de sueño ligero, facilitando un despertar suave y sin esa desagradable neblina mental.

Durante este breve periodo, el cerebro tiene tiempo suficiente para consolidar cierta información reciente, mejorar la memoria procedimental (como aprender una habilidad) y, sobre todo, limpiar temporalmente las «basuras» metabólicas que se acumulan durante la vigilia, lo que contribuye a esa sensación de claridad renovada. Es como un reinicio rápido del sistema operativo cerebral, una optimización que nos permite volver a la tarea con la mente fresca y con una capacidad de respuesta mejorada.

Publicidad
Publicidad