Los pollos que encontramos en el mostrador del supermercado a menudo nos presentan un dilema cromático: ¿amarillo intenso o blanco pálido? Esta elección, que para muchos consumidores es casi un acto de fe basado en costumbres o percepciones heredadas, esconde detrás una explicación sencilla pero fundamental relacionada directamente con la dieta de estas aves. Lejos de ser un indicativo de mayor o menor calidad intrínseca, el color de la piel y la grasa de los pollos es, en gran medida, un reflejo de los cereales que han constituido su principal sustento.
Entender esta diferencia es clave para tomar decisiones más informadas en nuestra compra semanal, desterrando mitos y centrando la atención en lo que verdaderamente importa a la hora de seleccionar una buena pieza de pollo. Porque, como bien apuntan los expertos en nutrición, la tonalidad no es el único ni el más importante factor a considerar, y conocer el origen de esa pigmentación nos permite valorar otros aspectos cruciales como el tipo de crianza o el bienestar animal, que sí tienen un impacto directo tanto en las propiedades organolépticas como en el perfil nutricional de la carne que llevamos a nuestra mesa.
3DESMONTANDO MITOS: ¿SON LOS POLLOS AMARILLOS MÁS NUTRITIVOS O SABROSOS?

Una creencia bastante extendida asocia el color amarillo de los pollos con un mayor valor nutricional o un sabor superior, pero ¿qué hay de cierto en ello? Desde el punto de vista nutricional, las diferencias entre un pollo alimentado con maíz y uno alimentado con trigo son, en general, mínimas si ambos han recibido una dieta equilibrada en proteínas, vitaminas y minerales. Es cierto que los carotenoides del maíz aportan precursores de la vitamina A, pero su contribución al perfil nutricional global del pollo no es tan significativa como para marcar una gran diferencia frente a otras fuentes de esta vitamina en nuestra dieta.
En cuanto al sabor, la cuestión es algo más subjetiva y compleja. Si bien el tipo de cereal puede conferir matices sutiles al gusto de la carne de los pollos, factores como la raza del ave, la edad a la que se sacrifica, el ejercicio que haya podido realizar y la composición general de su dieta (más allá del cereal principal), tienen una influencia mucho mayor en las características organolépticas finales. Muchos cocineros y paladares entrenados pueden apreciar diferencias, pero para el consumidor medio, estas variaciones de sabor ligadas exclusivamente al color suelen ser difíciles de distinguir claramente, y a menudo están condicionadas por expectativas previas.