Los pollos que encontramos en el mostrador del supermercado a menudo nos presentan un dilema cromático: ¿amarillo intenso o blanco pálido? Esta elección, que para muchos consumidores es casi un acto de fe basado en costumbres o percepciones heredadas, esconde detrás una explicación sencilla pero fundamental relacionada directamente con la dieta de estas aves. Lejos de ser un indicativo de mayor o menor calidad intrínseca, el color de la piel y la grasa de los pollos es, en gran medida, un reflejo de los cereales que han constituido su principal sustento.
Entender esta diferencia es clave para tomar decisiones más informadas en nuestra compra semanal, desterrando mitos y centrando la atención en lo que verdaderamente importa a la hora de seleccionar una buena pieza de pollo. Porque, como bien apuntan los expertos en nutrición, la tonalidad no es el único ni el más importante factor a considerar, y conocer el origen de esa pigmentación nos permite valorar otros aspectos cruciales como el tipo de crianza o el bienestar animal, que sí tienen un impacto directo tanto en las propiedades organolépticas como en el perfil nutricional de la carne que llevamos a nuestra mesa.
5DE LA GRANJA A LA MESA: CÓMO EL ORIGEN Y LA ALIMENTACIÓN DEFINEN NUESTROS POLLOS

La industria avícola moderna es compleja, y las decisiones sobre la alimentación de los pollos se basan en una combinación de factores que incluyen la disponibilidad de materias primas, los costes de producción, las demandas del mercado y, en algunos casos, las tradiciones regionales. En España, por ejemplo, existen zonas donde el consumidor prefiere tradicionalmente el pollo de tonalidad más amarilla, lo que lleva a los productores de esas áreas a formular piensos con mayor proporción de maíz, mientras que en otras regiones la preferencia o la disponibilidad de trigo pueden inclinar la balanza hacia piensos que resultan en pollos más blancos.
La trazabilidad y la transparencia en la cadena alimentaria son valores cada vez más demandados por los consumidores, que desean conocer no solo qué comen, sino también cómo se ha producido. Entender que la diferencia de color entre los pollos amarillos y blancos radica principalmente en si han comido maíz o trigo, respectivamente, nos empodera para mirar más allá de este atributo superficial y buscar sellos de calidad, certificaciones de bienestar animal y una crianza respetuosa. Al final, una elección informada siempre será la más acertada para nuestra mesa y nuestra conciencia.